ÍNDICE

1- Introducción

2- Evolución de la DSI y la sostenibilidad

3- Conceptos básicos de sostenibilidad en la Doctrina Social de la Iglesia

4- La sostenibilidad y la DSI: un enfoque integral

5- Desafíos y oportunidades: los Objetivos Desarrollo Sostenible y la DSI

6- Conclusiones

7- Bibliografía

 

1- Introducción

La sostenibilidad, entendida hoy día como un principio fundamental para el desarrollo humano (Caritas in Veritate, 48; Laudato Si, 13; Centesimus Annus, 54), tiene sus raíces en la dignidad intrínseca de la persona y la gestión responsable de los recursos del planeta para garantizar el bienestar de todas las generaciones, tanto presentes como futuras (Brundtland, 1987). Este concepto, aunque modernamente asociado con la ecología y la economía sostenible (Kuhlman & Farrington, 2010), no es nuevo en la enseñanza de la Iglesia Católica. De hecho, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ha abordado desde hace mucho tiempo la interconexión entre el respeto por la creación divina y la justicia social, elementos ambos esenciales para el verdadero desarrollo humano (Biggeri & Mauro, 2018).

Desde la encíclica Rerum Novarum hasta Laudato Si, los líderes de la Iglesia han enfatizado la importancia de una armonía entre el hombre y el ambiente que le rodea, un equilibrio que es fundamental para cualquier estrategia de desarrollo que aspire a ser genuinamente inclusiva y equitativa. La sostenibilidad en la DSI no solo abarca la conservación ambiental, sino también un enfoque holístico que integra la justicia económica, la inclusión social y la viabilidad ecológica (Laudato Si, 139).

En Laudato Si, el Papa Francisco introduce el concepto de "ecología integral", que conecta el trato a los pobres con el trato al medio ambiente. Argumenta que el deterioro ambiental y la injusticia social son consecuencias de la misma lógica de explotación (Laudato Si, 48). Esta encíclica critica el "uso irresponsable y abusivo de los bienes que Dios ha puesto en la Tierra", llamando a un cambio de paradigma hacia un desarrollo sostenible que contemple una economía inclusiva y respetuosa con el medio ambiente (Laudato Si, 95).

La DSI articula una visión integral de la sostenibilidad que trasciende la simple conservación ambiental, abrazando una ética que incorpora la justicia social, la economía y la ecología en un solo cuerpo doctrinal (Populorum Progressio, 22 y 23). Este enfoque está profundamente arraigado en la comprensión de la dignidad de la persona humana y su relación intrínseca con el resto de la creación (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 132 y 133). La enseñanza bíblica ve la creación como un don de Dios al hombre, quien es su custodio y no su dueño absoluto. Desde el Génesis, se asigna al hombre la tarea de "cultivar y cuidar" el jardín del mundo (Génesis 2:15), una indicación de que el uso de la tierra debe ser responsable y protector.

Además, varios documentos papales han abordado directamente los temas de la sostenibilidad desde una perspectiva ética y espiritual (Caritas in Veritate, 51 y 48; Laudato Si, 13 y 15; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 464). La DSI promueve principios como el bien común (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 164), la opción preferencial por los pobres (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 182), la subsidiariedad (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 185) y la solidaridad (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 193), y el destino universal de los bienes (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 171). Estos principios subrayan la importancia de compartir equitativamente los recursos del planeta y garantizar que las futuras generaciones también puedan beneficiarse de ellos (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 367; Caritas in Veritate, 50; Gaudium et Spes, 69).

El enfoque integral de la DSI no solo reconoce la interdependencia entre los seres humanos y su ambiente, sino que también impulsa un compromiso proactivo hacia un mundo más justo y habitable para todos, basándose en el rico patrimonio moral y ético de la tradición católica (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 464; Caritas in Veritate, 48 y 50; Laudato Si, 139). La sostenibilidad, según la DSI, implica prácticas laborales justas (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 287), el uso de tecnologías limpias (Caritas in Veritate, 50), la promoción de energías renovables y la educación sobre sostenibilidad ambiental (Laudato Si, 211). Estos aspectos son fundamentales para la construcción de una economía y una sociedad más equitativas y sostenibles (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 333 y 373; Caritas in Veritate, 36; Gaudium et Spes, 70).

La DSI ofrece una perspectiva única y valiosa para el diálogo contemporáneo sobre la sostenibilidad, proporcionando un marco ético y moral que puede contribuir significativamente a las políticas y prácticas sostenibles a nivel global (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 333 y 335; Caritas in Veritate, 57; Laudato Si, 16). Este enfoque integral y multisectorial de la sostenibilidad es esencial para mitigar los problemas ambientales y transformar las estructuras sociales y económicas que contribuyen a estos problemas, promoviendo un cambio duradero hacia un futuro más justo y sostenible (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 373 y 484; Caritas in Veritate, 50; Sollicitudo Rei Socialis, 45).

La visión de la DSI sobre la sostenibilidad ha evolucionado junto con las discusiones globales sobre el medio ambiente y el desarrollo, adaptándose y respondiendo a los desafíos emergentes pero siempre manteniendo como eje central la dignidad humana (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 373; Caritas in Veritate, 50; Sollicitudo Rei Socialis, 33). A través de este documento, exploraremos cómo los principios de la DSI informan y enriquecen el diálogo contemporáneo sobre la sostenibilidad, ofreciendo perspectivas únicas que pueden contribuir significativamente a las políticas y prácticas sostenibles a nivel global.

Este enfoque proporciona un marco integral que no solo reconoce la interdependencia entre los seres humanos y su ambiente, sino que también impulsa un compromiso proactivo hacia un mundo más justo y habitable para todos, basándose en el rico patrimonio moral y ético de la tradición católica (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 464 y 465; Caritas in Veritate, 48 y 51; Fratelli Tutti, 127).

2- Evolución de la DSI y la sostenibilidad

La evolución del concepto de desarrollo sostenible y la DSI han seguido trayectorias paralelas, respondiendo a los desafíos emergentes del mundo contemporáneo y adaptándose a las necesidades y urgencias de cada época. Sin embargo, la DSI ha demostrado ser visionaria, abordando muchos de estos temas con anticipación y proporcionando una guía ética y moral que ha influido en la comprensión moderna de la sostenibilidad (Octogesima Adveniens, 42; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 547; Caritas in Veritate, 16).

Desde finales del siglo XIX, la Iglesia ha mostrado una profunda preocupación por la justicia social y la equidad económica. La encíclica "Rerum Novarum" de 1891, promulgada por el Papa León XIII, abordó las condiciones de los trabajadores durante la Revolución Industrial, destacando la necesidad de justicia social y la dignidad del trabajo. Este documento marcó el inicio formal de la Doctrina Social de la Iglesia, que ha continuado evolucionando para responder a los desafíos sociales y económicos (León XIII, 1891).

En contraste, el concepto formal de desarrollo sostenible comenzó a tomar forma en las décadas de 1960 y 1970 (Brundtland, 1987). Durante este período, los movimientos ecologistas empezaron a cuestionar el modelo de crecimiento económico ilimitado y su impacto negativo en el medio ambiente (Kuhlman & Farrington, 2010). La publicación del informe "Los Límites del Crecimiento" en 1972 por el Club de Roma fue un hito significativo, subrayando la necesidad de un equilibrio entre el desarrollo y la conservación de los recursos naturales (Meadows et al., 2017).

La DSI, entretanto, ya estaba desarrollando su pensamiento sobre estos temas. En 1961, la encíclica "Mater et Magistra" del Papa Juan XXIII amplió la enseñanza social de la Iglesia, abordando cuestiones de desarrollo económico y justicia social (XXIII Juan, 1961). En 1967, la encíclica "Populorum Progressio" del Papa Pablo VI enfatizó el desarrollo integral del ser humano, destacando la necesidad de un desarrollo que incluya la dimensión moral y espiritual, además de la económica y social (Pablo VI, 1967).

El concepto de desarrollo sostenible fue formalmente definido en 1987 con el informe "Nuestro Futuro Común" (Informe Brundtland) de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas. Este informe definió el desarrollo sostenible como "el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades" (Brundtland, 1987), destacando la interdependencia entre el bienestar humano, la justicia social y la sostenibilidad ambiental (Elkington, 1998).

La Cumbre de la Tierra en 1992 en Río de Janeiro consolidó este concepto, resultando en la adopción de la Agenda 21 y la creación de marcos internacionales como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Sin embargo, mucho antes de este reconocimiento global, la DSI ya había integrado principios de justicia social y equidad económica, que son fundamentales para la sostenibilidad. Documentos como "Quadragesimo Anno" en 1931 y "Laborem Exercens" en 1981, continuaron desarrollando estos principios (Juan Pablo II, 1981; Pio XI, 1931). .

Entre 2000 y 2015, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) incluyeron metas relacionadas con la sostenibilidad ambiental (Sachs, 2012). Aunque no se centraban exclusivamente en la sostenibilidad, varios de sus objetivos estaban directamente relacionados con ella. En 2015, la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcó un avance significativo, integrando plenamente las dimensiones social, económica y ambiental del desarrollo sostenible (Lee et al., 2016).

Ese mismo año, la encíclica "Laudato Si'" del Papa Francisco abordó de manera integral el cuidado del medio ambiente desde una perspectiva ética y espiritual (Francisco, 2016). Francisco promovió la idea de una "ecología integral" que conecta la justicia social con la sostenibilidad ambiental, criticando el uso irresponsable de los recursos y abogando por un cambio hacia estilos de vida más responsables y sostenibles (Laudato Si, 15 y 16). En los años recientes, la atención hacia el desarrollo sostenible ha incluido un enfoque creciente en la acción climática, la adopción de tecnologías limpias y la transición hacia economías circulares. La pandemia de COVID-19 también ha resaltado la necesidad de construir sistemas más resilientes y sostenibles (Goniewicz et al., 2023).

En este contexto, la DSI ha sido visionaria en muchos aspectos relacionados con la sostenibilidad, abordando la justicia social, la equidad económica y la responsabilidad ambiental mucho antes de que estos conceptos fueran ampliamente reconocidos en el ámbito global (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 466 y 488; Caritas in Veritate, 50; Centesimus Annus, 54; Quadragesimo Anno, 15). Mientras que el desarrollo sostenible ha proporcionado un marco práctico y global para enfrentar los desafíos ambientales y sociales, la DSI ha ofrecido una perspectiva ética y moral que enriquece este diálogo, subrayando la interdependencia de los seres humanos y su entorno (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 464 y 465; Caritas in Veritate, 48 y 51; Laudato Si, 139). Ambos enfoques, con sus respectivas evoluciones, llaman a una acción consciente y responsable hacia un futuro más justo y sostenible.

3- Conceptos básicos de sostenibilidad en la Doctrina Social de la Iglesia

La DSI articula una visión integral de la sostenibilidad que trasciende la simple conservación ambiental, abrazando una ética que incorpora la justicia social, la economía y la ecología en un solo cuerpo doctrinal (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 463; Caritas in Veritate, 51; Laudato Si, 137). Este enfoque está profundamente arraigado en la comprensión de la dignidad de la persona humana y su relación intrínseca con el resto de la creación Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 464; Caritas in Veritate, 48; Laudato Si, 139).

El "Desarrollo sostenible" subraya la necesidad de acciones concretas para mitigar los efectos negativos de la actividad humana sobre el medio ambiente (Kuhlman & Farrington, 2010). Promueve un desarrollo que no comprometa la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades, siguiendo el principio de sostenibilidad intergeneracional (Elkington, 1998). Este enfoque integral incluye la adopción de tecnologías limpias, como la energía solar y eólica, que reducen la dependencia de los combustibles fósiles y disminuyen las emisiones de gases de efecto invernadero (Seddon, 1997). También enfatiza el uso eficiente de los recursos naturales, promoviendo prácticas como el reciclaje, la conservación del agua y la agricultura sostenible. (Goodland, 2017)

Además, se aboga por la implementación de políticas que favorezcan un crecimiento económico sostenible y equitativo (ILO, 2018). Esto incluye incentivos fiscales para empresas que adoptan prácticas sostenibles, regulaciones que limitan la contaminación y programas que apoyan la transición hacia una economía verde (Wu & Zhi, 2016). La educación y la concienciación pública son también cruciales, ya que fomentan una cultura de responsabilidad ambiental y social (Arias-Valle, 2023). Programas educativos pueden enseñar a las personas sobre la importancia de reducir, reutilizar y reciclar, así como sobre los beneficios de un consumo responsable (Rieckmann, 2018).

Promover cambios en los patrones de consumo y producción que respeten los límites del planeta es fundamental (Spaargaren & Oosterveer, 2010). Esto implica no solo cambios individuales, como optar por productos ecológicos y reducir el desperdicio, sino también transformaciones a nivel industrial y gubernamental para asegurar prácticas sostenibles en todas las áreas de la economía (Dawkins et al., 2019).

La DSI se centra en la dignidad humana, la justicia social y la equidad económica, principios fundamentales que son esenciales para cualquier enfoque de sostenibilidad (Biggeri & Mauro, 2018). La dignidad humana implica que cada persona debe ser respetada y valorada, y que sus derechos deben ser protegidos (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 108 y 152; Gaudium et Spes, 26). La justicia social se enfoca en la distribución equitativa de los recursos y oportunidades, asegurando que todos los miembros de la sociedad, especialmente los más vulnerables, tengan acceso a una vida digna (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 302; Caritas in Veritate, 35; Gaudium et Spes, 69). La equidad económica busca crear un sistema donde la riqueza y los recursos no estén concentrados en manos de unos pocos, sino que sean accesibles para todos, promoviendo una economía inclusiva y justa (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 303 y 332; Caritas in Veritate, 36 y 42; Evangelii Gaudium, 52).

3.1 Raíces bíblicas y teológicas de la sostenibilidad

La DSI fundamenta su comprensión de la sostenibilidad en la enseñanza bíblica que ve la creación como un don de Dios al hombre, quien es su custodio y no su dueño absoluto. Desde el Génesis, se asigna al hombre la tarea de "cultivar y cuidar" el jardín del mundo (Génesis 2:15), una indicación de que el uso de la tierra debe ser responsable y protector, no explotador y depredador. Esta visión se extiende a la enseñanza de Jesús, quien enfatiza la responsabilidad que tienen los humanos de cuidar no solo de sí mismos y de sus prójimos, sino también del mundo natural que los sostiene.

3.2 La enseñanza papal sobre la sostenibilidad

A lo largo de los años, varios documentos papales han abordado directamente los temas de la sostenibilidad desde una perspectiva ética y espiritual. Un hito en esta enseñanza es la encíclica Laudato Si del Papa Francisco (2016), que critica el "uso irresponsable y abusivo de los bienes que Dios ha puesto en ella". En esta encíclica, Francisco introduce el concepto de "ecología integral", que conecta el trato a los pobres con el trato al medio ambiente, argumentando que el deterioro ambiental y la injusticia social son consecuencias de la misma lógica de explotación.

En Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI (2009) también aborda temas de sostenibilidad, subrayando que el desarrollo auténtico debe ser integral, es decir, que promueva el bienestar de todas las personas y respete la creación. Benedicto XVI enfatiza que la economía y la tecnología deben estar al servicio de la persona y del bien común, y que el uso de los recursos naturales debe ser sostenible y equitativo para asegurar la justicia intergeneracional. Él destaca que "el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos" (Caritas in Veritate, 50).

El Papa Juan Pablo II (1991), en su encíclica Centesimus Annus, hace un llamado a una conversión ecológica, destacando la necesidad de una relación más responsable y respetuosa con la naturaleza. Juan Pablo II argumenta que la explotación sin control de los recursos naturales y la degradación del medio ambiente son consecuencias de una visión reduccionista que ve la creación solo como un conjunto de recursos a explotar (Juan Pablo II, 1991). En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz en 1990, titulado Paz con Dios Creador, Paz con toda la Creación, Juan Pablo II enfatiza la interdependencia entre el medio ambiente y el desarrollo humano y subraya que la destrucción ambiental amenaza la paz y la justicia (Juan Pablo II, 1989).

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), recopila y sintetiza estos principios, resaltando que la protección del medio ambiente y la promoción de un desarrollo sostenible son responsabilidades fundamentales de todos los cristianos. El Compendio destaca que la justicia ambiental es una extensión de la justicia social, y que la defensa del medio ambiente debe ser una parte integral de la promoción del bien común. El documento subraya que "la crisis ecológica ofrece una oportunidad histórica para desarrollar una conciencia global solidaria" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 466).

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, que incluye los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), también resuena con estos principios. Los ODS subrayan la necesidad de un enfoque integral para abordar la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental (Lee et al., 2016). En este contexto, la ecología integral propuesta por Francisco en Laudato Si ofrece una perspectiva ética que enfatiza la interconexión de todos los aspectos del desarrollo humano y ambiental.

En Fratelli Tutti el Papa Francisco (2020), continúa esta línea de pensamiento, subrayando que la fraternidad y la solidaridad global son esenciales para enfrentar los desafíos ecológicos y sociales contemporáneos. El Papa Francisco, llama a una cooperación internacional basada en el respeto mutuo y la justicia, insistiendo en que el cuidado de la creación y la promoción de la justicia social son inseparables.

En Sollicitudo Rei Socialis el Papa Juan Pablo II (1987), resalta que el desarrollo auténtico debe ser humano y global, abarcando todas las dimensiones de la existencia humana y respetando la integridad de la creación. Esta encíclica subraya que el desarrollo no puede medirse únicamente en términos económicos, sino que debe promover la dignidad de la persona y el bienestar de las comunidades (Sollicitudo Rei Socialis, 33).

De este modo, los documentos papales y la Doctrina Social de la Iglesia proporcionan un marco ético y espiritual robusto para la sostenibilidad, insistiendo en que el cuidado del medio ambiente y la lucha contra la pobreza deben ser abordados conjuntamente, como partes de un todo integral que respeta la dignidad de la persona humana y la creación divina. La Iglesia, a través de sus enseñanzas, promueve una visión del desarrollo que es verdaderamente humana, respetuosa de la creación y orientada hacia el bien común y la justicia social.

3.3 Principios de la sostenibilidad en la DSI

Los principios de la sostenibilidad según la DSI se pueden resumir en los siguientes puntos clave:

El bien común: La DSI promueve una visión del bien común que incluye la responsabilidad de compartir equitativamente los recursos del planeta, garantizando que las futuras generaciones también puedan disfrutar de ellos.

El concepto de bien común está profundamente arraigado en la enseñanza social de la Iglesia. En Gaudium et Spes, uno de los documentos clave del Concilio Vaticano II, se define el bien común como "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros lograr más plena y fácilmente su propia perfección" (Gaudium et Spes, 26). Este principio implica que la gestión de los recursos naturales debe ser realizada de manera que se beneficie a toda la humanidad, no solo a una élite privilegiada.

En Laudato Si, el Papa Francisco refuerza esta idea al criticar el uso desmedido e irresponsable de los recursos naturales y al llamar a una "conversión ecológica" que reconozca la interdependencia de todas las criaturas y el deber de proteger el medio ambiente como parte del bien común. Francisco subraya que "la noción de bien común se ha ido ampliando hoy en día para abarcar también a las futuras generaciones" (Laudato Si, 159).

El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, también enfatiza que el bien común es un principio que debe orientar la acción social y económica hacia la sostenibilidad y la justicia. Benedicto XVI explica que "la Iglesia tiene una responsabilidad por la creación y debe hacer valer esta responsabilidad también en público" (Caritas in Veritate, 51). Este compromiso implica la promoción de políticas que aseguren la distribución equitativa de los recursos y la protección del medio ambiente para las generaciones futuras.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recopila y expande estas enseñanzas, destacando que el bien común incluye el respeto por el medio ambiente y la justicia intergeneracional. El Compendio afirma que "la protección del medio ambiente constituye un desafío para toda la humanidad: se trata del deber común y universal de respetar un bien colectivo" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 466). Esta visión resalta que todos los seres humanos tienen la responsabilidad de salvaguardar la creación para el beneficio común de todos.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas también refleja este principio al destacar la necesidad de "garantizar patrones de consumo y producción sostenibles" (ODS 12) y "adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos" (ODS 13). La DSI, con su enfoque en el bien común, ofrece una perspectiva ética y moral que complementa y fortalece estos objetivos globales, promoviendo un desarrollo que es justo, equitativo y sostenible.

En Fratelli Tutti (2020), el Papa Francisco llama a una fraternidad abierta y universal que promueva el bien común y la justicia social. Francisco insiste en que "cada generación debe asegurar el futuro, subsistiendo así en la memoria de las generaciones futuras" (Fratelli Tutti, 117). Este llamado refuerza la necesidad de una acción colectiva y solidaria para proteger los recursos naturales y garantizar un desarrollo sostenible que beneficie a todos.

De este modo, los principios de la sostenibilidad según la DSI, en particular el bien común, subrayan la importancia de una gestión equitativa y responsable de los recursos del planeta, asegurando que tanto las generaciones actuales como las futuras puedan disfrutar de un medio ambiente sano y equilibrado.

La opción preferencial por los pobres: La opción preferencial por los pobres es un principio fundamental de la DSI, que sostiene que una verdadera estrategia de sostenibilidad debe poner especial atención en las necesidades de los más vulnerables y marginados, quienes son frecuentemente los más afectados por la degradación ambiental. Este principio resuena con una ética de justicia social que es central en las enseñanzas de la Iglesia.

En Laudato Si, el Papa Francisco subraya que los pobres son los más afectados por los problemas ambientales, como la contaminación del agua, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Francisco afirma que "la degradación del ambiente y la sociedad afectan de manera especial a los más débiles del planeta" (Laudato Si, 48). Este enfoque integrador del Papa Francisco conecta el cuidado de la creación con la justicia social, insistiendo en que cualquier acción para proteger el medio ambiente debe incluir medidas para mejorar la situación de los pobres y marginados.

El Papa Juan Pablo II, en Sollicitudo Rei Socialis (1987), también aborda esta preocupación al destacar que el desarrollo auténtico debe ser humano y solidario, es decir, que debe beneficiar a todos, especialmente a los pobres. Juan Pablo II señala que "la opción preferencial por los pobres debe traducirse concretamente en acciones, en favor de todos los pobres y marginados" (Sollicitudo Rei Socialis, 42). Esta opción preferencial implica que los más desfavorecidos deben ser los primeros destinatarios de las políticas de desarrollo y sostenibilidad.

En Evangelii Gaudium (2013), el Papa Francisco continúa esta línea de pensamiento, afirmando que "la opción preferencial por los pobres debe ser una prioridad en todas las acciones de la Iglesia" (Evangelii Gaudium, 198). Francisco destaca que la justicia social y la sostenibilidad ambiental están interrelacionadas y que la lucha contra la pobreza y la exclusión social es esencial para un desarrollo verdaderamente sostenible.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), recoge y amplía estos principios, subrayando que la opción preferencial por los pobres no solo es un imperativo moral, sino también una condición necesaria para la justicia social y la paz. El Compendio afirma que "el amor por los pobres es incompatible con el amor por el uso irracional de los recursos naturales" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 487), destacando que la protección del medio ambiente y la promoción del desarrollo humano deben ir de la mano.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas también refleja este principio, especialmente en su primer objetivo, que busca "poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo" (ODS 1). Los ODS reconocen que los pobres y vulnerables son los más afectados por los desafíos ambientales y económicos, y que las políticas de sostenibilidad deben abordar estas desigualdades para ser efectivas. El enfoque de la DSI en la opción preferencial por los pobres proporciona una base ética y moral que refuerza la necesidad de incluir a los marginados en las estrategias de desarrollo sostenible (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 182 y 449; Caritas in Veritate, 58; Sollicitudo Rei Socialis, 42).

También se relaciona con el ODS 2 “Hambre Cero”, este objetivo busca poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible. La DSI resalta que los pobres y vulnerables deben tener acceso prioritario a alimentos suficientes y nutritivos. El ODS 3 “Salud y Bienestar”, promueve garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades. La DSI aboga por el acceso equitativo a servicios de salud de calidad, enfatizando que los pobres son los más afectados por la falta de servicios sanitarios adecuados (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 182 y 449; Caritas in Veritate, 27).

El ODS 4 “Educación de Calidad”, busca asegurar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. La DSI insiste en que la educación es clave para romper el ciclo de la pobreza y debe ser accesible para los más desfavorecidos (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 333; Caritas in Veritate, 61; Populorum Progressio, 35). Así mismo, el ODS 6 “Agua Limpia y Saneamiento” enfatiza la importancia de garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos. La DSI subraya que el acceso al agua limpia es un derecho humano fundamental, especialmente crucial para los pobres Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 484; Laudato Si, 30).

Por otro lado, el ODS 8 “Trabajo Decente y Crecimiento Económico” promueve el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo, y el trabajo decente para todos. La DSI insiste en la necesidad de condiciones laborales justas y la creación de oportunidades para los pobres y marginados (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 301 y 182; Caritas in Veritate, 63; Laborem Exercens 19). Otro tema lo destaca el ODS 10 “Reducción de las Desigualdades”, busca reducir la desigualdad dentro y entre los países. La DSI refuerza la importancia de la justicia social y la equidad, enfocándose en cerrar las brechas económicas y sociales que afectan desproporcionadamente a los pobres (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 202 y 182; Caritas in Veritate, 35 y 36; Populorum Progressio, 76).

El ODS 11 “Ciudades y Comunidades Sostenibles” promueve hacer que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles. La DSI apoya el desarrollo de viviendas dignas y accesibles para todos, especialmente para los más vulnerables. De este modo, la opción preferencial por los pobres según la DSI subraya la necesidad de una estrategia de sostenibilidad que no solo proteja el medio ambiente, sino que también mejore la vida de los más desfavorecidos, asegurando que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad y en armonía con la creación (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,482 y 182; Caritas in Veritate, 51; Sollicitudo Rei Socialis, 42).

En Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI (2009) enfatiza que "el desarrollo de los pueblos depende, sobre todo, del reconocimiento de que somos una sola familia humana" (Caritas in Veritate, 53). Benedicto XVI subraya que la solidaridad con los pobres y vulnerables es esencial para promover el bien común y lograr un desarrollo que sea verdaderamente sostenible y justo.

De este modo, la opción preferencial por los pobres según la DSI subraya la necesidad de una estrategia de sostenibilidad que no solo proteja el medio ambiente, sino que también mejore la vida de los más desfavorecidos, asegurando que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad y en armonía con la creación.

La subsidiariedad y la solidaridad: La subsidiariedad y la solidaridad son principios fundamentales de la DSI que enfatizan la importancia de soluciones a nivel local y global, promoviendo la cooperación entre todas las partes de la sociedad para alcanzar objetivos sostenibles.

El principio de subsidiariedad sostiene que las decisiones deben tomarse al nivel más cercano posible a los afectados por ellas, respetando la capacidad de las comunidades locales para gestionar sus propios asuntos. Este principio está claramente articulado en la encíclica Quadragesimo Anno del Papa Pío XI (1931), donde se afirma que "no se debe quitar a los individuos y transferir a la comunidad lo que ellos pueden realizar por su propia iniciativa y con sus propias fuerzas" (Quadragesimo Anno, 79). La subsidiariedad promueve la participación activa de las comunidades locales en el desarrollo sostenible, asegurando que las soluciones sean adecuadas a las realidades locales y culturalmente relevantes.

En Centesimus Annus, el Papa Juan Pablo II (1991) refuerza este principio, destacando que "una sociedad de orden superior no debe interferir en la vida interna de una sociedad de orden inferior, privándola de sus competencias, sino apoyarla en caso de necesidad y ayudar a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (Centesimus Annus, 48). Este enfoque permite una gestión más eficiente y justa de los recursos, promoviendo la sostenibilidad al empoderar a las comunidades locales.

El principio de solidaridad, por otro lado, se refiere a la interdependencia y la responsabilidad mutua de todos los miembros de la sociedad. En Sollicitudo Rei Socialis, el Papa Juan Pablo II (1987) subraya que la solidaridad "no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común" (Sollicitudo Rei Socialis, 38). La solidaridad implica que las comunidades más ricas y poderosas tienen la responsabilidad de ayudar a las más pobres y vulnerables, promoviendo una distribución justa de los recursos y oportunidades.

En Laudato Si, el Papa Francisco (2016) conecta ambos principios con la ecología integral, afirmando que "la solidaridad también debe manifestarse en las decisiones económicas y políticas" y que "una ecología integral requiere que la misma solidaridad se extienda a las generaciones futuras" (Laudato Si, 159). Francisco insiste en que la cooperación internacional y la acción conjunta son esenciales para enfrentar los desafíos ambientales y asegurar la sostenibilidad a largo plazo.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas refleja estos principios en varios de sus ODS. El ODS 17 destaca la importancia de las alianzas para lograr los objetivos de sostenibilidad, subrayando que la cooperación entre gobiernos, sector privado, sociedad civil y otros actores es crucial para el éxito de la Agenda 2030. El ODS 16 promueve la paz, la justicia y la construcción de instituciones sólidas, que son esenciales para un desarrollo sostenible. La DSI, con su énfasis en la subsidiariedad y la solidaridad, aporta una dimensión ética a estos objetivos, promoviendo un enfoque colaborativo y justo para el desarrollo sostenible (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 185 y 193; Caritas in Veritate, 58; Sollicitudo Rei Socialis, 38).

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004) recoge y amplía estos principios, destacando que "la solidaridad y la subsidiariedad son esenciales para la organización de la sociedad y para la promoción del desarrollo humano integral" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160). El Compendio subraya que la solidaridad debe ir acompañada de la subsidiariedad para asegurar que las iniciativas de desarrollo sean inclusivas y respeten la autonomía de las comunidades locales.

El Pacto Global de Naciones Unidas también resuena con estos principios, promoviendo la cooperación entre empresas y otros actores para apoyar los diez principios en las áreas de derechos humanos, estándares laborales, medio ambiente y anticorrupción (ONU, 2010). Este pacto fomenta alianzas y colaboraciones que reflejan la solidaridad global y el respeto por la subsidiariedad, impulsando un desarrollo sostenible y equitativo.

De este modo, los principios de subsidiariedad y solidaridad según la DSI subrayan la importancia de soluciones a nivel local y global, promoviendo la cooperación entre todas las partes de la sociedad. Al respetar la capacidad de las comunidades locales para gestionar sus propios asuntos y fomentar la responsabilidad mutua entre todos los miembros de la sociedad, se asegura un desarrollo sostenible que es justo y equitativo, fortaleciendo la paz, la justicia y las instituciones sólidas.

El destino universal de los bienes: El destino universal de los bienes es un principio fundamental de la DSI que recalca que los recursos del mundo están destinados para todos y que deben ser utilizados con justicia y prudencia para promover el desarrollo integral de todos los seres humanos. Este principio subraya la necesidad de una distribución equitativa de los recursos y una gestión sostenible que beneficie a toda la humanidad.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004) establece que "Dios destinó la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar equitativamente a todos" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 171). Este principio implica que nadie tiene el derecho absoluto de usar los recursos naturales sin considerar las necesidades de los demás, especialmente de los pobres y las futuras generaciones.

En Gaudium et Spes (2013), uno de los documentos clave del Concilio Vaticano II, se afirma que "Dios ha destinado la tierra y todo lo que ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar equitativamente a todos, bajo la guía de la justicia acompañada de la caridad" (Gaudium et Spes, 69). Este documento subraya que la justicia social debe guiar la distribución y el uso de los recursos naturales, asegurando que todos tengan acceso a lo necesario para vivir con dignidad.

El Papa Juan Pablo II, en Laborem Exercens (1981), también destaca la importancia del destino universal de los bienes, afirmando que "la tierra no puede ser tratada como una realidad separada de la humanidad" y que "la prioridad del destino universal de los bienes sobre la propiedad privada se explica mediante el hecho de que los bienes deben servir en igual medida para la subsistencia de todos los hombres" (Laborem Exercens, 14). Juan Pablo II enfatiza que la propiedad privada no debe ser un obstáculo para el uso común de los recursos, sino que debe estar orientada hacia el bien común.

En Centesimus Annus (1991), el Papa Juan Pablo II refuerza este principio, indicando que "es necesario que todos se convenzan de la urgencia moral de una cooperación solidaria entre las naciones, para que la humanidad entera, después de haber superado todas las divisiones, alcance finalmente un desarrollo pleno y sostenible" (Centesimus Annus, 58). Este llamado a la cooperación global subraya la importancia de compartir equitativamente los recursos para asegurar un desarrollo sostenible y equitativo.

El Papa Francisco, en Laudato Si (2016), amplía esta enseñanza al conectar el destino universal de los bienes con la responsabilidad de cuidar la creación. Francisco argumenta que "la noción de bien común se extiende también a las futuras generaciones" y que "la explotación de los recursos naturales del planeta, de manera que prive a las futuras generaciones de su uso, es una grave injusticia" (Laudato Si, 159). El Papa Francisco, subraya la interconexión entre la justicia social y la justicia ambiental, insistiendo en que los recursos deben ser gestionados de manera que beneficien a todos y preserven el medio ambiente para las generaciones futuras.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas también refleja estos principios en varios de sus ODS. El ODS 12 busca garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles, subrayando la necesidad de una gestión responsable de los recursos naturales. El ODS 1 y el ODS 2 abordan la erradicación de la pobreza y el hambre, resaltando la importancia de un acceso equitativo a los recursos básicos como una condición fundamental para el desarrollo sostenible.

El Pacto Global de Naciones Unidas (2010), promueve la responsabilidad corporativa y la gestión sostenible de los recursos naturales, alentando a las empresas a alinearse con principios que favorezcan el desarrollo económico, social y ambiental. Estos principios resuenan con la enseñanza de la DSI sobre el destino universal de los bienes, que insta a una distribución justa y prudente de los recursos para el bien común.

De este modo, el principio del destino universal de los bienes según la DSI subraya la necesidad de una gestión equitativa y sostenible de los recursos del planeta. Al promover una distribución justa y prudente de los recursos naturales, se asegura que todos los seres humanos puedan beneficiarse de ellos, promoviendo un desarrollo integral que respete la dignidad de cada persona y el equilibrio de la creación.

3.4 Sostenibilidad y ética del trabajo

La DSI también vincula la ética del trabajo con la sostenibilidad, argumentando que las prácticas laborales justas y sostenibles son esenciales para el cuidado de la creación. Este enfoque integra el respeto por los derechos de los trabajadores y la promoción de un modelo económico que evite el consumo excesivo y la explotación de recursos.

En Laborem Exercens (1981), el Papa Juan Pablo II enfatiza que el trabajo humano no solo es un medio para ganarse la vida, sino también una forma de participación en la obra de la creación y en la construcción de la comunidad. Juan Pablo II subraya que el trabajo debe ser realizado en condiciones que respeten la dignidad humana y los derechos de los trabajadores, incluyendo salarios justos, seguridad laboral y condiciones de trabajo decentes (Laborem Exercens, 19). Esta visión promueve una economía que no se basa en la explotación, sino en la justicia y el respeto por la persona humana.

El Papa Francisco, en Laudato Si (2016), aborda la conexión entre la ética del trabajo y la sostenibilidad, afirmando que "la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos" (Laudato Si, 93). Francisco critica un modelo económico que fomenta el consumismo y la explotación indiscriminada de los recursos naturales, instando a un cambio hacia prácticas laborales y económicas que sean sostenibles y justas. Esto incluye el respeto por los derechos laborales y la creación de empleos que contribuyan al bien común sin dañar el medio ambiente.

En Caritas in Veritate (2009), el Papa Benedicto XVI destaca la importancia de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, y no al revés. Benedicto XVI argumenta que la economía debe ser gestionada de manera ética, asegurando que los recursos se utilicen de manera sostenible y equitativa, y que los trabajadores sean tratados con justicia y dignidad (Caritas in Veritate, 32). Esta encíclica refuerza la idea de que el desarrollo económico y la sostenibilidad ambiental son inseparables.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004) también recoge estos principios, afirmando que "el trabajo humano, como actividad creadora, es una dimensión esencial de la existencia del hombre sobre la tierra" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 257). El Compendio subraya que las prácticas laborales deben ser sostenibles y respetuosas del medio ambiente, destacando que la explotación de los trabajadores y de los recursos naturales son éticamente inaceptables.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas refleja estos principios en varios de sus ODS. El ODS 8 busca promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo, y el trabajo decente para todos. La DSI, con su énfasis en la justicia social y la dignidad humana, aporta una dimensión ética a este objetivo, insistiendo en que el trabajo decente es fundamental para un desarrollo sostenible que respete tanto a las personas como al medio ambiente.

El informe de la Organización Internacional del Trabajo (2018) titulado "Trabajo decente y los Objetivos de Desarrollo Sostenible" subraya la importancia de crear empleos que sean productivos y sostenibles, con condiciones laborales que respeten los derechos de los trabajadores. La OIT enfatiza que el trabajo decente es crucial para reducir la pobreza y fomentar la justicia social, en línea con los principios de la DSI.

En Evangelii Gaudium (2013), el Papa Francisco también hace un llamado a la creación de empleos dignos que respeten la dignidad humana y contribuyan al bien común. Francisco critica un sistema económico que genera desigualdad y exclusión, y aboga por un modelo que promueva la justicia social y el respeto por el medio ambiente (Evangelii Gaudium, 204).

El informe de Naciones Unidas "Our Common Future" (Brundtland, 1987); también conocido como el Informe Brundtland destaca la necesidad de un desarrollo sostenible que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Este informe, que influyó en la formulación de la Agenda 2030, resuena con los principios de la DSI al subrayar la importancia de prácticas económicas y laborales que sean justas y sostenibles (Lee et al., 2016).

El Pacto Global de Naciones Unidas (2010), es una iniciativa voluntaria para fomentar la responsabilidad corporativa y la sostenibilidad, también refleja estos principios. Este pacto insta a las empresas a alinear sus operaciones y estrategias con diez principios universalmente aceptados en las áreas de derechos humanos, estándares laborales, medio ambiente y anticorrupción (UN Global Compact, 2019). Los principios del Pacto Global enfatizan la importancia de prácticas laborales justas y la protección del medio ambiente, resonando con la enseñanza de la DSI sobre la dignidad del trabajo y la sostenibilidad.

De este modo, la ética del trabajo según la DSI subraya la importancia de prácticas laborales justas y sostenibles como componentes esenciales para el cuidado de la creación. Al promover condiciones laborales que respeten la dignidad humana y evitar el consumo excesivo y la explotación de recursos, se asegura un desarrollo que es verdaderamente humano y sostenible.

4- La sostenibilidad y la DSI: un enfoque integral

La DSI presenta un enfoque integral de la sostenibilidad que interconecta el cuidado del medio ambiente con la justicia social y la economía ética. Este enfoque holístico considera la dignidad humana y la integridad de la creación como fundamentales, enfatizando que el desarrollo humano y la sostenibilidad ambiental son inseparables y deben avanzar juntos para promover el bien común.

El concepto de ecología integral, especialmente promovido en la encíclica Laudato Si (2016), es central en este enfoque. Define la relación entre los entornos naturales y la salud de las sociedades humanas como interdependientes. Esta ecología no solo aborda la necesidad de un ambiente limpio, sino que también enfatiza que la verdadera sostenibilidad no puede lograrse sin justicia social. La encíclica critica el consumismo y el materialismo, que exigen más recursos de los que la Tierra puede proporcionar de forma sostenible, y llama a un cambio en los corazones y las mentes hacia patrones de consumo más responsables.

La economía sostenible es otra faceta importante del enfoque integral de la DSI. Se promueve el uso de tecnologías limpias y energías renovables no solo como medio para reducir la contaminación, sino como una estrategia para mejorar la justicia social (Caritas in Veritate, 50; Laudato Si, 164; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 470). Estas tecnologías deben ser accesibles para todos, especialmente para las comunidades más vulnerables, asegurando que los beneficios de la sostenibilidad sean compartidos equitativamente (Laudato Si, 179 y 172; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 450 y 484; Caritas in Veritate, 49).

Además, la educación sobre sostenibilidad ambiental se convierte en un vehículo para enseñar a las personas a valorar y cuidar el mundo natural. La Iglesia ve la educación como una herramienta crucial para formar ciudadanos conscientes que puedan tomar decisiones éticas sobre su interacción con el entorno (Medellín, 7 y 8; Puebla, 1027 y 1034; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 530 y 531). Esta educación no solo transmite conocimientos, sino que también forma parte de una visión más amplia de formación moral y espiritual que prepara a las personas para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo con responsabilidad y compasión (Puebla, 1034; Medellín, 8; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 530; Laudato Si, 210).

La DSI aboga por un enfoque integrado y multisectorial que aborde simultáneamente los aspectos ecológicos, económicos y sociales de la sostenibilidad (Laudato Si, 137-139 y 180-181; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 486; Caritas in Veritate, 51). Este enfoque busca no solo mitigar los problemas ambientales, sino transformar las estructuras sociales y económicas que contribuyen a estos problemas, promoviendo así un cambio duradero hacia un futuro más justo y sostenible (Laudato Si, 194-198; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 319-321; Medellín, 14).

5- Desafíos y oportunidades: los ODS y la DSI

La interacción entre la DSI y los ODS plantea tanto desafíos como oportunidades significativas. Estos objetivos, establecidos por las Naciones Unidas, ofrecen un marco global para abordar algunos de los problemas más apremiantes del mundo, incluidos aquellos relacionados con la pobreza, la desigualdad, el cambio climático, la degradación ambiental, la paz y la justicia. La DSI, con su rica tradición en la promoción de la justicia social, el respeto por la dignidad humana y el cuidado de la creación, está bien posicionada para contribuir de manera significativa a este diálogo global.

Aunque la Agenda 2030 reconoce indirectamente el papel de las "comunidades" y las "sociedades inclusivas", no especifica el papel esencial que juega la familia en la consecución de los ODS. Esto representa una oportunidad para que la Iglesia y otras organizaciones aboguen por una mayor inclusión de la familia en las políticas de sostenibilidad a todos los niveles de gobernanza.

La Iglesia, a través de su enseñanza y prácticas, puede contribuir a un reconocimiento más amplio del papel de la familia en el desarrollo sostenible, enfatizando su contribución en la educación, la transmisión de valores y la resiliencia comunitaria. Al hacerlo, no solo se enriquecería la implementación de la Agenda 2030, sino que también se aseguraría que los esfuerzos de desarrollo sostenible estén profundamente arraigados en el tejido social y cultural de las comunidades en todo el mundo.

La DSI puede proporcionar una base ética y moral sólida que respalde los principios subyacentes de los ODS. Por ejemplo, el enfoque integral de la ecología, que considera las dimensiones sociales, económicas y ambientales del desarrollo humano, resuena profundamente con múltiples ODS. Este enfoque destaca que la lucha contra la pobreza y la búsqueda de la justicia ambiental deben ir de la mano, lo cual es esencial para el logro de muchos de los objetivos, especialmente aquellos que buscan erradicar la pobreza (ODS 1) y garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles (ODS 12).

Uno de los desafíos más significativos en la relación entre los ODS y la DSI radica en la implementación práctica de estos ideales. Mientras que los ODS ofrecen objetivos específicos y cuantificables, la DSI proporciona una perspectiva más filosófica y ética que puede ser más difícil de traducir en acciones concretas. Sin embargo, esta es también una oportunidad para que la Iglesia desempeñe un papel activo en la promoción de políticas y prácticas que no solo busquen cumplir con metas numéricas, sino que también fomenten un desarrollo más profundo y holístico del ser humano.

Además, la DSI puede ayudar a abordar algunas de las críticas que se hacen a los ODS, como la tendencia a priorizar soluciones tecnológicas y de mercado sin considerar adecuadamente los aspectos éticos y humanos del desarrollo. La enseñanza de la Iglesia puede ofrecer un contrapeso necesario, recordando a la comunidad internacional que el verdadero desarrollo debe ser centrado en la persona y respetuoso del medio ambiente natural.

En este contexto, la Iglesia también puede aprovechar su extensa red global y su autoridad moral para movilizar a comunidades en todo el mundo hacia la implementación de los ODS. Puede hacerlo educando a sus fieles sobre la importancia de los ODS, incorporando los principios de sostenibilidad en la educación y la formación cristiana, y abogando por políticas que reflejen los valores de justicia y solidaridad que son fundamentales tanto para la DSI como para los ODS.

Finalmente, los ODS ofrecen a la Iglesia una oportunidad para el diálogo y la cooperación con otras religiones, organizaciones no gubernamentales, y el sector privado, todos los cuales son actores clave en la lucha por un futuro sostenible. Este tipo de colaboraciones intersectoriales e interreligiosas puede ser especialmente efectivo en la promoción de un enfoque más integral y unido hacia el desarrollo global.

6- Conclusiones

La interacción entre la DSI y los conceptos contemporáneos de sostenibilidad, especialmente en el marco de los ODS, revela tanto oportunidades como desafíos para un desarrollo verdaderamente integral y sostenible. A lo largo de este documento, hemos explorado cómo la DSI no solo complementa, sino que también profundiza y enriquece la discusión global sobre la sostenibilidad, aportando una perspectiva ética y moral robusta que enfatiza la dignidad de la persona humana y el bien común.

La Doctrina Social de la Iglesia, con su enfoque integral, aborda la sostenibilidad desde múltiples ángulos, incluyendo la justicia social, la economía ética y la ecología. Esta visión holística permite una comprensión más profunda de las causas subyacentes de los problemas ambientales y sociales, y ofrece soluciones que consideran la interdependencia de los sistemas humanos y naturales. Al hacerlo, la DSI llama a una conversión del corazón y de la mente hacia estilos de vida que respeten y fomenten la vida en todas sus formas.

Además, el énfasis de la DSI en la familia como núcleo fundamental para el desarrollo sostenible ofrece un enfoque distintivo que fortalece las comunidades desde dentro, promoviendo prácticas de sostenibilidad que se transmiten a través de generaciones. Este aspecto, aunque no ampliamente reconocido en la Agenda 2030, destaca la importancia de estructuras de apoyo social sólidas para la resiliencia y adaptabilidad de las comunidades frente a desafíos globales.

En conclusión, mientras que los ODS proporcionan un marco útil y específico para abordar cuestiones de sostenibilidad global, la Doctrina Social de la Iglesia enriquece este marco al introducir una dimensión espiritual y ética que recuerda a la comunidad internacional la centralidad del ser humano y la necesidad de un desarrollo que sea verdaderamente inclusivo y justo. La Iglesia, a través de su extensa red y su autoridad moral, está excepcionalmente posicionada para promover una implementación de los ODS que sea fiel a estos principios universales, fomentando un diálogo inclusivo y cooperativo entre todos los actores de la sociedad para alcanzar un futuro sostenible para todos.

Así, el diálogo continuo entre la enseñanza de la Iglesia y los esfuerzos globales hacia la sostenibilidad no solo es beneficioso, sino esencial, para asegurar que las políticas y prácticas de desarrollo no solo busquen un equilibrio ambiental, sino que también promuevan la integridad, la justicia y la paz en todas las dimensiones de la vida humana.

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