Índice:

1. Introducción

2. Denominación

3. La ideología como política partidista

4. Valoración moral de las ideologías: La Doctrina Social de la Iglesia

5. La modernidad ideológica al ataque del cristianismo

6. El pensamiento católico social

7. Núcleos puntuales para la acción

8. Conclusión

9. Referencias

 

 

1.      Introducción

El término ideología, ha recibido múltiples significados, y a veces difíciles de definir, pero, contemporáneamente se ha generalizado su uso con alcances peyorativos o despectivos, e incluso negando su significación y su diferencia por los mismos ideólogos.  En muchas ocasiones las ideologías asumen la forma de grandes relatos, que explican prácticamente todo, hasta ser un conjunto apenas coherente y articulado de ideas y valores; se presentan como un sistema de ideas y juicios explícito y organizado para explicar o justificar la situación de un grupo. 

Durante la Ilustración y la Revolución Industrial las ideologías ocuparán un puesto representativo en el proceso de secularización entendido en sentido fuerte, y en particular en un mecanismo de absolutización de lo relativo; el liberalismo, el nacionalismo, el socialismo y el positivismo, luego el comunismo, el fascismo, el nazismo y el feminismo radical son las ideologías más influyentes. Libertad, nación, clase económica, ciencia, empoderamiento femenino son nociones centrales para comprender en conjunto la naturaleza humana. En la absolutización de lo relativo se sacralizan elementos terrenos que armarán las bases para religiones sustitutivas.

Los exponentes más destacados del materialismo histórico introducen una manera de pensar la historia y, en general, de explicar los fenómenos sociales, incluidos los ideológicos, dándole al término un sentido peyorativo, entendiendo por ideología un sistema doctrinario destinado a enmascarar y disimular la explotación proletaria.  Sin embargo, otros exponentes de la corriente materialista, expondrán un concepto positivo de ideología, al menos como estrategia utilizable para la lucha, pues comienza a hablar de ideología del proletariado opuesto al de la burguesía; en la misma corriente de pensamiento otros dirán que la ideología se complementa con la filosofía y viceversa, la lucha ideológica es lucha filosófica, la cual a su vez, es la lucha por la hegemonía.

Refiriéndose a los sistemas ideológicos de América Latina el Magisterio social de la Iglesia, sostiene como ideología a toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad; las ideologías manifiestan las aspiraciones de un grupo, llama a cierta solidaridad y combatividad y funda su legitimación en valores específicos. Los obispos advierten sobre el carácter arbitrario, fragmentado o parcial que tiene las ideologías; ya que ningún grupo particular puede pretender identificar sus aspiraciones con las que la sociedad global.

 

2.      Denominación

El francés Antoine Louis Claude, conde Destutt de Tracy, es el primero en utilizar el término ideología en 1796, que integró lo que se dio en llamar la corriente de los ideólogos, y originalmente denominaba la ciencia que estudia las ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen, así como las relaciones con los rasgos que las expresan (De la Vega J. C., pág. 169). Destutt define la ideología como ciencia de las ideas; ciencia que como se ve, poco o nada tiene que ver con el sentido en que se usa hoy el término. En 1801, Destutt publica Eléments d'Idéologie (Elementos de ideología), postulando la fundación de un original campo de estudios destinado a formar la base de todas las ciencias: la ciencia de las ideas; el proyecto de esta ciencia era el de tratar las ideas como fenómenos naturales que expresaban la relación entre el hombre, organismo vivo y sensible, y su medio natural de vida. Así, para él, lo que el estudio de la ideología posibilitaba era el conocimiento de la verdadera naturaleza humana al preguntar de dónde provenían nuestras ideas y cómo se desarrollaban.

Destutt en su tratado de elementos de ideología se encuentran expuestos los elementos fundamentales del liberalismo; entiende que la finalidad es propiamente pedagógico, consolidando la idea de que todas las lenguas tienen unas mismas reglas, y que estas mismas reglas derivan de nuestras facultades intelectuales, de nuestro razonamiento, de manera que lo que los legisladores pretendían era impartir lecciones acerca de la manera como se forman, se deducen, combinan y expresan las ideas, o lo que es lo mismo un curso de ideología, gramática y lógica” (Prelot, pág. 514).

El elemento más llamativo de la obra de Destutt ilustra la vocación cívica y social de los ideólogos, y que aprovechó para intentar explicar cómo pasó el término ideología del plano filosófico al político. Este elemento llamativo es su convencimiento de que el estudio de la ideología, la gramática y la lógica, constituye la única base sólida para el estudio de las ciencias morales y políticas (pág. 514)

Destutt de Tracy, y el resto de los ideólogos, su escuela filosófica no es meramente especulativa, sino que tiene una clara vocación cívica: “A través del estudio de la ideología se alcanzan valores y conocimientos que ayudan al progreso social, político y económico. De ahí que los ideólogos no fueran meros especuladores intelectuales, sino activos miembros de una sociedad agitada, la de la revolución francesa, convencidos de poder liderar el progreso social y económico de la nación. Y es justamente este convencimiento el que propicia el traspaso del concepto de ideología del ámbito filosófico al político” (pág. 515).

De esta manera, la ideología es una ciencia de las ideas cuya finalidad principal es el conocimiento (De la Vega J. C., pág. 169).

Se puede definir a las ideologías como el conjunto sistemático de significaciones, que en general reemplazan arquetipos antiguos e ideales, por conceptos más modernos; cuando tienen connotación política, y habitualmente la poseen, apuntan a la transformación radical de la realidad social dada. “Al menos en sus comienzos todas las ideologías suelen ser revolucionarias… procuran el desplazamiento del orden establecido tradicionalmente por un nuevo orden. Y por el cambio deberá conducir a una organización más justa o más libre que las conocidas… El fin del revolucionario es el mundo mejor del futuro, gobernado según los principios de la ideología que se ha adueñado de su mente y de su corazón” (Mendoza, R.J., pág. 147).

Una ideología es un sistema de ideas y juicios explícito y organizado para explicar o justificar la situación de un grupo o colectividad y que inspirándose en valores orienta su acción histórica.  Las ideologías asumen la forma de grandes relatos, que explican prácticamente todo, hasta ser un conjunto apenas coherente y articulado de ideas y valores. “La dimensión ideológica en los partidos políticos es la idea de un grupo de hombres unidos para promover, con su esfuerzo común, el interés nacional sobre determinados principios en los que estaban de acuerdo” (Abal Medina, pág. 241)

Toda ideología será un factor de cambio porque tiene un carácter racional en el sentido, en cuanto pretenden explicar la realidad; esclarecer e inspirar seguridad; se presentará al servicio de intereses individuales y colectivos; servirá para simbolizar y hacer cristalizar valores que describe y que juzga; tendrá, carácter voluntario (Grimaldi Rey, D. y Cardenal de la Nuez, M.E., pág. 181).

 

3.      La ideología como política partidista

Las ideologías para Mariano Fazio ocuparán un puesto representativo en el proceso de secularización entendido en sentido fuerte, y en particular en este mecanismo de absolutización de lo relativo; el liberalismo, el nacionalismo, el socialismo y el positivismo son las cuatro ideologías más influyentes (Fazio, Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización, pág. 16).  Libertad, nación, clase económica, ciencia son nociones centrales para comprender en integridad la naturaleza humana. “Pero cuando son absolutizadas: se sacralizan elementos terrenos que proveerán las bases para religiones sustitutivas. Aunque este proceso se hace evidente en las ideologías contemporáneas, ya en la primera etapa de la modernidad se producirá este cambio de centro. Basta pensar en la razón ilustrada, en el sentimiento romántico o en yo absoluto del idealismo alemán” (Fazio, pág. 16).

En la obra “La ideología alemana”, Marx y Engels introducen una manera de pensar la historia y, en general, de explicar los fenómenos sociales, incluidos los ideológicos, dándole al término un sentido peyorativo, entendiendo por ideología un sistema doctrinario destinado a enmascarar y disimular la explotación proletaria.  Marx negará a la ideología el carácter de saber científico. Afirmará: “Las formaciones nebulosas en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias del proceso material de su vida, empíricamente constatable y vinculado a premisas materiales. Con ello, la moral, la religión, la metafísica y demás ideologías, así como los contenidos de consciencia a ellos correspondientes, pierden bien pronto su apariencia de autonomía. Carecen de historia, carecen de evolución; son los hombres que evolucionan con su producción y su tráfico de materiales, los que, con esta realidad suya, cambian también su pensamiento. No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia” (Marx, pág. 21).

En cambio, en Lenin, aparecerá un concepto positivo de ideología, al menos como estrategia utilizable para la lucha, pues comienza a hablar de ideología del proletariado opuesto al de la burguesía. En su obra más conocida “El Estado y la revolución” dirá: “Para conseguir su liberación, el proletariado debe derrocar a la burguesía, conquistar el poder político e instaurar su dictadura revolucionaria.  Ahora la cuestión se plantea de modo algo distinta: la transición de la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad comunista, es imposible sin un periodo político de transición, y el estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” (Lenin, pág. 127)

Para los neo marxistas como Antonio Gramsci la ideología se complementa con la filosofía y viceversa; las ciencias sociales se presentan como un conocimiento práctico de la realidad; la lucha ideológica es lucha filosófica, la cual, a su vez, es la lucha por la hegemonía. “…Si la filosofía de la praxis... la fase más reciente del desarrollo de la filosofía consiste precisamente en la reivindicación del momento de la hegemonía como esencial en su concepción estatal y en la valorización del hecho cultural, de la actividad cultural, de un frente cultural como necesario junto a aquellos meramente económicos o meramente políticos” (Gramsci, pág. 39). Gramsci parte del hecho de que lo social es un momento constitutivo del ser hombre; ello hace que la práctica, que a su vez define al hombre, sea esencialmente social, lo cual conduce a esta otra consecuencia: el conocimiento también es social. “Cualquier medio es bueno si es eficaz para alcanzar el fin, que no es otro que el llevar a buen término la revolución cultural. El Partido define los valores, que serán útiles en la medida que ayuden a la completa secularización de la vida y de las costumbres sociales” (Fazio, pág. 246).

El siglo XX es el más representativo en el proceso de secularización y absolutización de lo relativo. El existencialismo, y su más destacado representante Jean Paul Sartre, tratará de completar la idea sobre el marxismo, que es el saber concreto del ser humano sobre sí mismo; el marxismo es la única filosofía viva de nuestro tiempo afirmará, haciendo una distinción entre filosofía y la ideología (pág. 246).

Sartre define como ideólogos a los pensadores, que no han elaborado una construcción intelectual con sentido creativo, sino como parte de los sistemas filosóficos desarrollados por forjadores o herreros, que constituyen verdaderas cosmovisiones; expresará que los ideólogos obran como intelectuales, que, sin embargo, están subordinados a los sistemas filosóficos que los establecieron. De acuerdo a esto, Sartre dirá que el marxismo es una filosofía y el existencialismo que él anuncia es una ideología (Sartre. Vida, pensamiento y obra, pág. 85).

El politólogo Robert Dahl desarrolló el concepto de ideología en función de los sistemas políticos que están vigentes en una sociedad en un tiempo determinado, explicando que, los dirigentes de un sistema político determinado adoptan una serie de convicciones integradas, más o menos firmes, que explican y justifican su hegemonía o influencia. “Una de las razones por las cuales los dirigentes desarrollan una ideología es manifiesta: para dotar su hegemonía de legitimidad, para convertir su influencia política en autoridad” (Dahl, pág. 29).

Esto indicaría que los sistemas políticos preponderantes u oficiales, mostrarán ideológicamente los supuestos morales, los hechos reales y facticos, que se suponen altamente desarrollados para justificar el sistema político. “Una ideología oficial o preponderante contiene normas para evaluar la organización, la política y los jefes del sistema, trabaja en realidad, una versión que estrecha la separación entre realidad y el objetivo prescripto por la ideología… “la ideología refleja el deseo de una explicación, de una interpretación de experiencias y objetivos que ofrezca significado y finalidad a la vida humana y al lugar de uno mismo en el Universo” (pág. 30).

Con la mirada desde la sociología política, el autor afirmará que no sería preciso deducir que una ideología imperante es un cuerpo unificado y consistente de creencias aceptadas por todo el mundo en un determinado sistema político; ninguna ideología es necesariamente estática o fija, ya que nuevas situaciones políticas, sociales o económicas, crean la necesidad de nuevas explicaciones y fuerza nuevos objetivos, introduciendo modernos elementos no relacionados, y a veces, hasta incompatibles. Una ideología reinante probablemente no es aceptada de una forma uniforme por todos los miembros de una sociedad, incluso habrá muchos miembros de la sociedad tendrán un mínimo conocimiento o incluso, habrán muchos que son opuestos a la ideología imperante (pág. 31). “Para muchas personas la ideología imperante, es demasiado abstracta, demasiado compleja para ellas comprenderla” (pág. 32).

El Magisterio social de la Iglesia, refiriéndose a los sistemas ideológicos de América Latina sostiene que emergen múltiples definiciones, pero puede definirse como ideología “a toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad.  La ideología manifiesta las aspiraciones de ese grupo, llama a cierta solidaridad y combatividad y funda su legitimación en valores específicos” DP 535 (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1979).

Los obispos previenen sobre el carácter arbitrario, fragmentado o parcial que tiene las ideologías imperantes en América Latina: “Toda ideología es parcial, ya que ningún grupo particular puede pretender identificar sus aspiraciones con las que la sociedad global” DP 535.

Sin embargo, si las asociaciones políticas o partidos políticos presentan, un soporte ideológico que identifica la idea del grupo de hombres que se unen para promover con su esfuerzo común, el interés de la sociedad sobre determinados preceptos que son legítimos y no van en contra de su dignidad; los obispos declaran que: “Una ideología será, pues, legítima si los intereses que defiende lo son y si respeta los derechos fundamentales de los demás grupos de la nación. En este sentido positivo, las ideologías aparecen como necesarias para el quehacer social, en cuanto son mediaciones para la acción” DP 535.

Advierten sobre lo negativo y la ambigüedad de muchas ideologías y la tendencia a absolutizar que tienen en América Latina, señalando que: “Las ideologías llevan en sí mismas la tendencia a absolutizar los intereses que defienden, la visión que proponen y la estrategia que promueven. En tal caso, se transforman en verdaderas religiones laicas. Se presentan como una explicación última y suficiente de todo y se construye así un nuevo ídolo, del cual se acepta a veces, sin darse cuenta, el carácter totalitario y obligatorio. En esta perspectiva no debe extrañar que las ideologías intentan instrumentar personas e instituciones al servicio de la eficaz consecución de sus fines. Ahí está el lado ambiguo y negativo de las ideologías” DP 536.

Los obispos en este documento ponen en alerta a los cristianos y a los ciudadanos católicos, la importancia de estar atentos a la dinámica de los valores que proponen, y tener siempre una distancia crítica respecto a cualquier mediación socio política que atente contra la naturaleza humana y su dignidad; ya que resulta difícil, en muchas circunstancias, dejar de estar influenciado por alguna ideología de un signo o de otro.
Las ideologías no deben analizarse solamente desde el punto de vista de sus contenidos conceptuales. Más allá de ellos, constituyen fenómenos vitales de dinamismo arrollador, contagioso. Son corrientes de aspiraciones con tendencia hacia la absolutización, dotadas también de poderosa fuerza de conquista y fervor redentor. Esto les confiere una mística especial y la capacidad de penetrar los diversos ambientes de modo muchas veces irresistible. Sus slogans, sus expresiones típicas, sus criterios, llegan a impregnar con facilidad aun a quienes distan de adherir voluntariamente a sus principios doctrinales. De este modo, muchos viven y militan prácticamente dentro del marco de determinadas ideologías sin haber tomado conciencia de ello. Es este otro aspecto que exige constante revisión y vigilancia. Todo esto se aplica tanto a las ideologías que legitiman la situación actual, como a aquellas que pretenden cambiarla” DP 537.

La vida asociativa e institucional y la compleja red de mediaciones que hay que asumir para actuar en la vida pública, se hallan moralmente bajo la influencia de diversas ideologías.

 

4.      Valoración moral de las ideologías: La Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia nace como exigencia de la propia naturaleza de la Iglesia, que tiene el encargo de anunciar a todos los hombres la buena noticia del Evangelio, lo cual implica no sólo enunciar los grandes principios de la Revelación, sino aplicarlos, según las necesidades de cada tiempo y lugar, a las situaciones concretas de la sociedad. “La Iglesia está convencida de que todo lo que afecta a la vida social de los seres humanos está íntimamente relacionado con la implantación del reino de Dios, que Jesús anunció como una nueva situación ya presente en este mundo, aunque todavía no consumada en toda su riqueza y amplitud” (Pontificio Consejo Justicia y Paz) CDSI 51.

El conocimiento de la naturaleza de las ideologías sirve al conocimiento y mejor comprensión de la historia mundial, continental y nacional de los dos últimos siglos. Desde una perspectiva católica y eclesial, el conocimiento de la naturaleza y principios doctrinales de las ideologías, es clave para comprender la relación entre la Fe cristiana y la Política, así como para purificar de adherencias y prejuicios ideológicos la acción política de los católicos y su compromiso temporal.  “Las diversas teorías que han pretendido influir y dirigir el comportamiento social del hombre han aparecido históricamente, en especial desde el planteamiento agudo de la llamada cuestión social, con la pretensión de dar una interpretación radical y totalizante del fenómeno humano... Son las ideologías las que van elaborando las normas de convivencia social, hasta alcanzar algunas veces fuerza coactiva al constituirse en principios inspiradores de la acción política del estado. La ideología puede ser impuesta violentamente o, por lo menos, la acción conforme a una determinada ideología” (Satien, pág. 76. La Iglesia y lo social. ¿intromisión o mandato?).

El análisis de la mirada ideológica sobre el hombre y el mundo, contribuye, pues, a explicar la diferencia de naturaleza y planos entre las cosmovisiones ideológicas y la religión cristiana. La vida social, política e institucional y la compleja red de intervenciones que hay que asumir para actuar en la vida pública, se hallan moralmente bajo la influencia de diversas ideologías. “La atención a la dinámica de los valores que proponen, lleva a reflexionar críticamente sobre cualquier mediación social y política que atente contra la naturaleza humana y su dignidad; ya que resulta difícil, en distintos escenarios, dejar de estar influenciado por alguna ideología de cualquier carácter” DP 540.

 

5.      La modernidad ideológica al ataque del cristianismo

A finales del siglo XVII, y durante el siglo XVIII, bajo un aparente equilibrio de una estructura basada en la uniformidad ideológica, se fueron desarrollando corrientes de pensamiento que irán socavando la estructura que se conoció como el Antiguo Régimen; el siglo XVIII se considerará el Siglo de las Luces o Iluminismo (Pérgola, 2011, pág. 140).  La luz que recibía el hombre no emana de la divinidad, sino del propio trabajo y esfuerzo; es el propio hombre que proyecta la luz a su alrededor, con su trabajo, su esfuerzo constante, con la mejora permanente de su mirada, su atención y de su crítica. “En el fondo se trata de una fe del hombre en sí mismo, como si el hombre hubiera tenido que creer en Dios mientras se hacía mayor de edad, y, una vez maduro, tuviera que emprender su vida por sí mismo” (pág. 140).  El Iluminismo es el comienzo del triunfo de la razón que se divulga en los escritos de Voltaire, Diderot, y D'Alembert (Comby, pág. 82).   Educados en el cristianismo, estos filósofos quieren juzgar todas las cosas según las luces de la razón, que se oponen a las oscuridades de la revelación. “Las ideas toman una nueva dimensión; los filósofos razonan a escala europea; es el Siglo de las Luces (Touchardt, pág. 315). 

La ciencia adquiere su propio lenguaje y se distancia de la metafísica; la obra de referencia de la Ilustración, es la Encyclopédie, símbolo de la nueva corriente de pensamiento (Fazio, pág. 84).  La Enciclopedia fue la obra más representativa de esta época; incluirá gran parte del saber del siglo XVIII y representa un esfuerzo enorme por parte de sus representantes para iluminar con la razón; los enciclopedistas pertenecieron al sector activo que elaboró un nuevo orden económico y social, por lo que la obra gozaba de ese espíritu filosófico, científico, crítico y burgués que el Siglo de las Luces pretendía extender por las sociedades del mundo (pág. 85).   

Este será el aspecto que no fue bien recibido por la nobleza y el clero, quienes trataron de impedir su publicación; la Enciclopedia desafiaba el dogma católico y clasificaba a la religión como una rama de la filosofía, en lugar de ponerla como el último recurso del conocimiento y de la moral (Pérgola, pág. 198).

Los avances de la ciencia condujeron a un afanoso y marcado cuestionamiento de la fe; para los pensadores de la Ilustración más radicales, sólo las declaraciones que pudieran ser racionalmente probadas y examinadas, eran calificadas como verdaderas absolutas.  El materialismo se desarrolla con la Ilustración en este siglo; definía que el conocimiento se obtiene a partir de la razón, centrado en el pensamiento humano. “Se pregona que el miedo y la ignorancia son el origen de la noción de divinidad, y que la religión aumenta el ansia y el miedo” (Fazio, pág. 87).

Las ideas que difundió la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, y las ideas políticas y sociales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire rompieron con los fundamentos teóricos de la monarquía absoluta y pusieron en manos del elemento burgués el ensamblaje ideológico con el que justificar la devastación del Antiguo Régimen. El barón de Montesquieu desarrolló la teoría de la división de poderes en “El espíritu de las leyes”; Voltaire censuró el poder y fanatismo de la Iglesia y defendió la tolerancia y la libertad de cultos. “Los dogmas se oponen a la razón y a la naturaleza; la Iglesia para Voltaire se distingue por su intolerancia y por su apoyo a los despotismos. La mayor parte de los filósofos piensan que se necesita una religión de las víctimas de la intolerancia religiosa., el cristianismo es una traba contra la felicidad del hombre. Los filósofos formaron una auténtica secta, en la cual Voltaire hizo las funciones de pontífice máximo” (Orlandis, pág. 138).  

Por tanto, hay que luchar por la desaparición de la Iglesia y del cristianismo: “¡Aplastad al infame!”, exclama Voltaire.  La primacía de la razón no impide que, a finales del siglo XVIII, cunda el gusto por el esoterismo y por una nueva irracionalidad. “Hay que tener una religión y no creer en los sacerdotes. Su deísmo no es ni una superchería ni una concesión. Su religión natural es una religión razonable” (Comby, pág. 83). En “El contrato social” de Jean-Jacques Rousseau planteó el principio de la soberanía popular, que el pueblo ejerce a través de representantes libremente elegidos; “la voluntad general se manifiesta por la voz de la mayoría” (Prelot, pág. 479).

Durante el siglo XVIII, Francia vivió una serie de trastornos sociales propios de unas estructuras incapaces de adaptarse a la dinámica de los tiempos; el desarrollo de la economía, con importantes avances en sectores como la industria y el comercio, había favorecido el protagonismo de la burguesía, cuyo creciente poder económico no se veía correspondido con la función que le era asignada en la sociedad del Antiguo Régimen (Touchardt, pág. 315).

A la eclosión de la burguesía como nueva realidad social cada vez más reacia a tolerar las prerrogativas y prebendas de los estamentos superiores, había que añadir la insoportable situación del campesinado francés, sujeto a un sistema de explotación señorial que, lejos de suavizarse a lo largo del siglo XVIII, tendía a hacerse aún más oneroso” (Soboul, pág. 15).

La Iglesia y el Papa sufrieron enérgicos ataques, y la revelación de Dios y el Cristianismo tenían que ser rechazados; en algunos países protestantes, la Ilustración llevó a una mayor libertad religiosa para los católicos y otras confesiones; pero al mismo tiempo estaban los horrores de la Revolución Francesa, que también tuvo su base en la Ilustración.  “Con la Revolución Francesa que comenzó en 1789, una parte del espíritu de la Ilustración pasó a los hechos: triunfo de la razón en política y lucha contra el cristianismo” (Comby, pág. 91).  La Revolución Francesa fue anticlerical y muy violenta; los revolucionarios más radicales querían borrar todas las huellas del cristianismo y, por lo tanto, ejecutaron a miles de católicos y confiscaron propiedades de la Iglesia. “Desde 1790, el proceso revolucionario se radicalizó, adoptando una actitud cada vez más agresiva hacia la Iglesia” (Orlandis, pág. 146).

Las apremiantes necesidades financieras del Estado, agravadas por la propia revolución, contribuyeron a que la Asamblea Nacional Constituyente determinara la nacionalización del patrimonio eclesiástico para pagar con su venta el déficit público.  Ahondadas sus posibilidades de subsistencia, la Iglesia Católica pasó a depender del Estado, el cual, a través de la Constitución Civil del Clero de 1790, impuso una reorganización drástica de sus tradicionales estructuras y normas de funcionamiento interno, adaptándolas a la nueva ideología revolucionaria. (Soboul, pág. 64). La Asamblea exigió a los sacerdotes juramento de fidelidad a la Constitución política, dentro de la cual estaba incluida la Constitución civil; la actitud del papa Pío VI al condenar la Constitución Civil del Clero y, con ella, a la revolución abrió una ruptura en la sociedad francesas que tendría graves e inmediatas consecuencias (Orlandis, pág. 146).

Los años 1793 y 1794 representaron la fase más trágica del período revolucionario; los jacobinos liderados por Maximiliano Robespierre desataron lo que se denominó el Reinado del Terror, la persecución anticatólica alcanzó su punto máximo. “Muchos murieron en la guillotina y se intentó borrar de la vida francesa toda huella cristiana. Hasta el calendario fue sustituido por un calendario republicano. La entronización de la Diosa Razón en la catedral de Notre-Dame en 1793 y la institución por Robespierre del culto al Ser Supremo fueron otros tantos episodios de la obra descristianizadora... El papa Pío VI, anciano y enfermo, fue deportado a Francia donde moriría en 1799, a los ochenta y un años de edad. Algunos revolucionarios exaltados proclamaron a los cuatro vientos que había muerto el último papa de la Iglesia” (pág. 147).

La confiscación de sus bienes y la constitución civil del clero, marcó el comienzo de las persecuciones a la Iglesia católica; se venden tierras y también los monasterios. “En Francia existían miles de abadías y prioratos; muchos de ellos monumentos venerables maravillas de la arquitectura. La piedad cristiana había acumulado en ellos durante siglos auténticos tesoros, libros y manuscritos, ricos ornamentos y valiosos vasos sagrados, cuadros, esculturas, tallas y rejas. En unos pocos años todo aquel inmenso patrimonio desaparece, vendido en subastas; los edificios quedan literalmente destrozados, despedazados, se liquida todo” (Comby, pág. 95).

La Iglesia intenta defenderse contra los ataques con los medios tradicionales: censura de los malos libros, y peticiones para que intervengan los poderes públicos; sin embargo, este ideal racional no fue considerado únicamente de forma negativa, ya que inspiró realizaciones y reformas dentro del catolicismo. “El cristianismo francés, dará pruebas de una admirable vitalidad. La proliferación en las disputas teológicas era a la vez un signo de inquietud religiosa y de inestabilidad espiritual” (Orlandis, pág. 129).

En Alemania, la Aufklarung o iluminismo católico, propuso un retorno a las fuentes, una purificación de las devociones, una renovación de la teología, una mayor tolerancia y una aproximación a los protestantes; se elaboraron catecismos que pudieran utilizar tanto los protestantes como los católicos (Touchardt, pág. 379).

En el siglo XIX, con mayor rapidez, el fenómeno de la secularización se extendió por toda Europa y a muchos países de América Latina donde Argentina no está ajena a esta corriente ideológica; la vida cotidiana se va escapando poco a poco de la tutela religiosa.  Los Estados Modernos con sus gobiernos intentan controlar las instituciones que constituyen el engranaje de un país; ámbitos que eran propios de la Iglesia pasan a manos del Estado: el registro civil, la enseñanza, la asistencia sanitaria, habían estado por mucho tiempo bajo la dependencia de la Iglesia. “En la década del 80 del siglo XIX en Argentina, la escuela era vehículo de nuevas corrientes ideológicas y cientificistas, pero también instrumento para la nacionalización cultural de un país de inmigración. Tanto el predominio ideológico del liberalismo laicista como por el propósito manifiesto de educar al soberano, el sistema educativo servirá a una política de nacionalización: le enseñanza será obligatoria en el nivel primario, sus contenidos uniformes, la gratuidad permitirá el acceso del mayor número y la conducción será centralizada por el Estado” (Siwak, pág. 112).

En este ambiente conflictivo, la Iglesia se ve desposeída y los católicos se lanzan a la defensa de su religión; intentan desmantelar toda política desfavorable y reconstruir instituciones paralelas a las del Estado. La sociedad cristiana frente a una sociedad laica. “Se perpetúa el clericalismo que tiende a condenar en bloque a la Modernidad, provocando como reacción lógica el laicismo, que desearía ver a la Iglesia Católica recluida en las sacristías y en las conciencias, obstaculizando toda manifestación extrema y social de la propia fe” (Fazio, pág. 362).

Se necesita tiempo para que llegue a aceptarse por una y otra parte la distinción de terrenos, para que el Estado Moderno reconozca los límites de sus propios dominios, y para que los católicos se sitúen de una forma nueva en esta sociedad secularizada. “En este periodo el Papado perderá toda independencia que se sustentaba en el poder temporal y el prestigio externo; sumándose a esto que el Concilio Vaticano I (1869-1870) no había concluido con normalidad, debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra Franco-Prusiana y la entrada del ejército italiano en Roma en los momentos finales de la unificación italiana” (Comby, pág. 122).  El Concilio Vaticano I sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia. El papado rechazó todo arreglo con el reino de Italia; y Pío IX se consideró como prisionero del Vaticano; los católicos tenían prohibido participar en la vida política: ni electores ni elegidos (Jedin, pág. 150). 

Los católicos se sentían dolorosamente divididos entre la adhesión al papa y el amor a su patria. “El Papa se recluía como voluntario prisionero en el Vaticano, rechazando la ley de Garantías que se le ofreció, y se abriría una cuestión romana, que tardó sesenta años en resolverse” (Orlandis, pág. 156).  Para formarse un criterio aproximado sobre la actitud de la Iglesia Católica en esta época, hay que tener en cuenta que entonces tuvo que reunir todas sus fuerzas para defenderse de los ataques que le dirigió la Revolución Francesa. “Desde Pío VII a Pío IX la Iglesia había tomado las posiciones negativas y defensivas que directamente correspondían a su situación de poder temporal” (Prelot, pág. 745).

El liberalismo que oprimía a los trabajadores, alejó también a la Iglesia de la vida pública. “La burguesía liberal, que se había hecho dueña de la vida económica y social, se apoderó igualmente del poder. Penetrada de las ideas del volterianismo, disputaba a la Iglesia toda intervención en la vida pública” (Van Gestel C. , pág. 27).  Esta actitud dejó el campo libre a los gobiernos anticlericales que multiplicaron las vejaciones a la Iglesia. Se prohibieron las procesiones y peregrinaciones, y se confiscaron conventos; sin embargo, una nueva congregación, los salesianos de Don Bosco, no se vio trabada en su rápido impulso (pág. 69).  “El contexto histórico que le tocó vivir a Don Bosco estaba signado por los siguientes hechos: una revolución industrial que empobrecía al campesinado y lo empujaba a emigrar a las grandes ciudades; guerras internas y otras que tenían como protagonista a los reinos vecinos de Francia y Austria; fuerte anticlericalismo que en 1870 determinó el fin de los Estados Pontificios; y las pestes que en aquel entonces causaban estragos porque la medicina era casi inexistente” (Siwak, pág. 137).

La proclamación del Imperio Alemán en 1871 consagraba la unidad de Alemania en torno a Prusia y su soberano, el emperador Guillermo; los católicos se sentían a disgusto en aquel Estado de predominio protestante dirigido por el canciller Bismarck (Gil Pecharromán, pág. 20).   Se organizaron para defender sus tradiciones y la libertad religiosa; en sus asambleas anuales, los laicos alemanes tenían un papel preponderante, abordaban los grandes problemas del momento, respondiendo a los ataques del partido nacional liberal y propusieron programas sociales muy avanzados (Orlandis, pág. 158).

Bismarck se disgustó por la reticencia de los católicos ante la unidad alemana, que habrían deseado más bien en torno a Austria. Los católicos se opusieron a la germanización de Polonia bajo el dominio prusiano. El gobierno de Prusia atacó entonces a la Iglesia católica por razones políticas” (Comby, pág. 127).  El ministro de cultos del Imperio Alemán, dio a su legislación anticlerical el nombre de “combate por la cultura(Kulturkampf), es decir, contra el oscurantismo católico; “toda homilía que criticaba al gobierno eran reprimida con multas y el encarcelamiento, sin embargo los católicos resistieron” (Orlandis, pág. 158).

En otros países europeos como Austria y Suiza conocieron conflictos parecidos al vivido en Alemania; secularización de la escuela y del matrimonio, supresión de conventos. “En Bélgica y los Países Bajos, los principales conflictos se referían a la cuestión escolar, pero, con gobiernos favorables (partido católico en Bélgica), los católicos lograron obtener una legislación escolar satisfactoria” (Comby, 1993).

En España y en Portugal, las luchas religiosas llegaron a la violencia en varias ocasiones. En España alternaron los momentos de favor a la Iglesia y las crisis de anticlericalismo, como en el tiempo de la Primera y la Segunda República Española (Tuñon de Lara, pág. 6).

La ejecución del anarquista Francisco Ferrer en 1909 en Barcelona ocasionó saqueos de iglesias y de conventos, cometiéndose el asesinato de muchos sacerdotes. En Portugal, el asesinato del rey en 1908 fue pronto seguido de la proclamación de una república muy anticlerical, que atacó a las órdenes religiosas y declaró la separación de la Iglesia y del Estado” (Comby, pág. 128).

Durante la segunda parte del siglo XIX en Inglaterra se vio un verdadero renacimiento del catolicismo, sobre todo en las ciudades, tanto por el número de fieles como por la personalidad de sus responsables. El presbítero anglicano John Henry Newman es convertido al catolicismo en 1845, más tarde elevado a la dignidad de cardenal por el papa León XIII. “Newman se convierte al catolicismo, condena al liberalismo, afirma que la Iglesia es una sociedad perfecta que no depende del Estado, preconiza la virtud de la obediencia y el respeto a la jerarquía. Concluye que la autoridad es la única salvaguardia del hombre sobre la tierra” (Touchardt, pág. 534).

El cardenal Henry Edward Manning, convertido al catolicismo como Newman, su misión providencial fue obtener para la Iglesia Católica en Inglaterra el derecho de ciudadanía en la vida pública.” Sacerdote católico y arzobispo, centró toda su solicitud en los pobres...  Mucho antes de que fuera reconocido el derecho de asociación, prestó apoyo a los movimientos profesionales de trabajadores y defendió para el obrero el derecho a la huelga” (Van Gestel C. , pág. 65).

 

6.      El pensamiento católico social

Desde que comenzó la Revolución Francesa en 1789 la Iglesia Católica había tomado las posiciones negativas y defensivas que directamente correspondían a su situación de poder temporal, con el pontificado de León XIII la Iglesia Católica adopta una actitud completamente distinta (Prelot, pág. 745).  “El siglo XIX presenció también una notable transformación de las realidades sociales. El auge del Capitalismo, la revolución industrial y la creación de los proletariados urbanos provocaron la aparición de un problema social, desconocido hasta entonces. Ideologías de signo anticristiano, como el marxismo y el anarquismo, propugnaron nuevos modelos de sociedad e influyeron poderosamente en los movimientos obreros. El Papa León XIII propuso un programa cristiano para el nuevo mundo del trabajo” (Orlandis, pág. 160).

El siglo XIX, en el plano social y económico, es el periodo de la Revolución Industrial, la expansión de los imperialismos y del capitalismo; la aparición de los movimientos obreros, y el surgimiento del marxismo como ideología. En el plano cultural, es el siglo del romanticismo y del realismo; será también, el siglo del liberalismo; y es el siglo del despertar de la conciencia social en la Iglesia (Fazio, pág. 39 y ss.).  La Revolución Industrial nacerá en Inglaterra, pero se extenderá a diversos países de Europa como Francia, Alemania y Norteamérica; el progreso será enorme y el impacto social será tremendo y extraordinario; será el tránsito de la sociedad agraria a la urbana, en la que el poder económico pasa de la tierra al capital (Van Gestel C. , pág. 84).  

El obrero emigrado del campo, se verá sometido a los abusos de la patronal y a las oscilaciones del mercado, viviendo en condiciones de vida infrahumana; diversas corrientes de pensamiento político, filosófico y económico intentarán plantear una transformación radical de la sociedad. “El trabajo de niños de hasta siete años, los sueldos de hambre, el hacinamiento y la falta de toda legislación laboral serán la nota característica de los países industrializados” (Palumbo C. E., pág. 461 y ss).  

Los sufrimientos de la clase obrera son terribles, los obreros industriales serán los esclavos de la época moderna, y según Karl Marx tienen un destino al proclamar: ¡Tiemblen las clases gobernantes ante la perspectiva de una revolución comunista! Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sean sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!  (Marx, pág. 284 Manifiesto del Partido Comunista).

Será el Papa León XIII quien marcará un hito en la historia de la Iglesia; le tocaría vivir todos los estragos de la revolución industrial, cuyo único fin era el lucro; cuya única ley es la oferta y la demanda, y donde el hombre quedaba solo y desmantelado ante la fuerza de la máquina y la potencia del capitalismo (Farrell, pág. 59).  “León XIII define el hecho, de que la Iglesia estaba frente a una sociedad nueva, una verdadera herejía hecha cultura y organización social, cuyo origen estaba en la ruptura de la cristiandad en el siglo XVI” (pág. 59).   

León XIII será el pontífice que impulsará la reflexión sobre los principios éticos de la vida económica social, que hoy se llama: Doctrinal Social de la Iglesia (Melé, pág. 17). “La Iglesia anterior a León XIII concibe el mundo como la realidad llena de la presencia de Dios. Su enseñanza defiende la objetividad de los valores morales y tiene un interés profundo por proteger a la familia, la religión y los planes de Dios sobre la Creación.  La unidad entre lo secular y lo sagrado debe ver a Dios en todas partes” (Souto Coelho, pág. 49).

 

7.      Núcleos puntuales para la acción

La Doctrina Social de la Iglesia estudia las ideologías como el conjunto de ideas, valores, símbolos, principios y actitudes que configuran el amplio mundo de la cultura política, aceptadas acríticamente, configuran la mentalidad ideológica. Diferencia los fundamentos de la razón y los principios de acción, para concluir que los fundamentos últimos del obrar cristiano no son de naturaleza ideológica, sino teológica.  La Iglesia mediante su Magisterio Social, afirma que el orden social forma parte del orden moral, donde se juega el destino último y sobrenatural del hombre sobre la tierra (Ibañez Langlois, pág. 16).

La Doctrina Social de la Iglesia no propone un proyecto político, paralelo al que se dan las sociedades nacionales, sino que trata de iluminar con el Evangelio los proyectos, las instituciones, la comunidad política superior y la concreta convivencia política.  Adhiere al concepto que la política, tiene un carácter circunstancial al servicio del Bien Común; asimilando que la política, es para un católico acción y no ideología. Se empeña en conocer la dimensión práctica de las ideologías, su desarrollo y aplicación histórica para comprender las formas históricas en las que se van concretando en distintos contextos y circunstancias.

Se concluye que la Doctrina Social distingue entre movimientos históricos e ideologías. El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente, o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre” (Pablo VI, 1971) OA 26.

Los partidos políticos que adoptan convicciones últimas se transforman en partidos que tienen una manera única de ver e interpretar el mundo. Cuando el poder político opera desde estas claves, se corre el riesgo de instaurar una dictadura de los espíritus y convertir a los ciudadanos en militantes. “Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido”  (Francisco, 2020) FT 13.

La Doctrina Social de la Iglesia valora el régimen político democrático en cuanto modelo de organización política que garantiza la participación; se opone al monopolio del poder, y es un ideal de libertad y madurez moral. “Vemos con preocupación el acelerado avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de corte neo populista. Esto indica que no basta una democracia puramente formal, fundada en la limpieza de los procedimientos electorales, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores, como los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al pueblo” (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, 2007) DA 74.

La democracia, no puede reducirse a la regla de la mayoría, debe asentarse en un Estado de Derecho que garantice la división funcional del poder, proteja los derechos y deberes fundamentales de la persona, instaure el imperio de la ley, someta y fiscalice al poder político. “Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción” FT 14.

Las corrientes utópicas son ambivalentes, diseñan marcos históricos inexistentes, en tanto que construcciones ideales y totales de la realidad; la Doctrina Social dela Iglesia aclara que son condenables en la medida que el poder político pretende implementarlas en la realidad, ignorando los derechos y libertades humanas.  “No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. Los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora, pero de hecho son despreciados por la cortedad de vista de los racionalismos” FT 275.

La absolutización de valores científicos-técnicos, y el dominio de una mentalidad materialista y utilitarista basada en la eficacia como valor supremo, han ido ganando terreno en los debates ideológicos entre posiciones liberales y socialistas.  El retroceso de viejas ideologías está cediendo terreno a un nuevo positivismo basado en la universalidad de los valores técnicos, alimentando ideologías de corte tecnócrata y tecnocráticas que aumenta el riesgo de la ciencia y la técnica convertidas en ideología.

El desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia en el siglo XIX se produce con el encuentro entre el evangelio y la sociedad industrial moderna, con nuevas estructuras para producción de bienes de consumo, con nuevas formas de trabajo y de propiedad, una nueva concepción de la sociedad urbana y rural, con una nueva concepción del Estado moderno y de la autoridad.

La Doctrina Social de la Iglesia, no propone un proyecto político paralelo al que se dan las distintas sociedades, sino que trata de iluminar con el Evangelio los proyectos, las instituciones y la convivencia política. “En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al soberano Bien” (Pontificio Consejo Justicia y Paz) CIC 2420.

Es necesario conocer los aportes de la filosofía y la teoría política, así como de las convicciones ideológicas. En este sentido, y desde una perspectiva católica y eclesial, el conocimiento de la naturaleza y principios doctrinales de las ideologías liberal y socialista es clave para comprender la relación entre la fe cristiana y la política, así como para purificar de adherencias y prejuicios ideológicos la acción política de los católicos y su compromiso temporal (Fuentes Alcántara, pág. 262).

 8.      Conclusión

Las distintas y contrarias significaciones que se le ha dado al concepto de ideología desde que se empezó a usar el término, han llevado a las ciencias sociales a presentar nociones más amplias y otras más finitas. Se puede presentar una definición de ideología expresando que: son el conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas compatibles entre sí, estando especialmente referidas a la conducta social humana; y en función de los sistemas políticos vigentes en una sociedad en un tiempo determinado, declaran que los dirigentes de un sistema político determinado, adoptan una serie de convicciones integradas, más o menos firmes, que explican y justifican su hegemonía o influencia; indican que los sistemas políticos preponderantes u oficiales, muestran ideológicamente los supuestos morales, los hechos reales y facticos, que se suponen altamente desarrollados para justificar el sistema político; reflejan el deseo de una explicación, de una interpretación de experiencias y objetivos que ofrezcan un significado y finalidad a la vida humana y el lugar del ser humano en el Universo.

El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente, o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre; la Doctrina Social de la Iglesia no propone un proyecto político, comparable al que se dan las sociedades nacionales, sino que trata de iluminar con el Evangelio los proyectos, las instituciones, la comunidad política superior y la concreta convivencia política.  La Iglesia acepta que la política, tiene un carácter circunstancial al servicio del Bien Común; la política es para un católico acción y no ideología. La Iglesia exige en conocer la dimensión práctica de las ideologías, su desarrollo y aplicación histórica para comprender las formas históricas en las que se van concretando en distintos contextos y circunstancias.

 

9.      Referencias 

Abal Medina, J. M. (2010). La Influencia del feminismo en la teoría política conemporánea. Manual de Ciencia Política (Primera ed.). Buenos Aires: Eudeba. Obtenido de www.librosderechoperu.blogspot.com

Comby, J. (1993). Para leer la Historia de la Iglesia. Del siglo XV al siglo XX (Quinta ed.). Navarra, España: Verbo Divino.

Dahl, R. A. (1968). Análisis sociológico de la política (Primera ed.). Barcelona: Fontanella, S.A.

De la Vega, J. C. (1987). “Diccionario Consultor Político”. Buenos Aires: Editorial Librex.

Farrell, G. (1994). Doctrina Social de la Iglesia. Introducción e historia de los documentos sociales de la Iglesia. Buenos Aires, Buenos Aires: Guadalupe.

Fazio, M. (2007). Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Madrid: RIALP S.A.

Fazio, M. (2010). Desafíos de la cultura contemporánea para la conciencia cristiana (Primera ed.). Rosario, Argentina: Logos.

Francisco. (2020). Fratelli Tutti. Roma: Oficina del Libro.

Fuentes Alcántara, F. y. (2014). Guía para la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. Buenos Aires: PPC Editorial y Distribuidora.

Gramsci, A. (1993). La política y el Estado moderno. Buenos Aires: Planeta Argentina, S.A.I.C.

Grandes Pensadores. (2007). Sartre. Vida, pensamiento y obra. España: Seix Barral, S.A.

Grimaldi Rey, Diego y Cardenal de la Nuez, María Eugenia. (2006). Introducción a la sociología: Colección Manuales docentes de Relaciones Laborales (Primera ed.). Las Palmas: Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. (1979). Documento de Puebla. (O. d. libro, Ed.) Buenos Aires: Conferencia Episcopal Argentina.

Ibañez Langlois, J. M. (1986). Doctrina Social de la Iglesia. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Cuyo.

Jedin, H. (1960). “BREVE HISTORIA DE LOS CONCILIOS” (1° ed.). Barcelona: Editorial Herder.

Lenin, L. U. (1993). El Estado y la Revolución. Buenos Aires: Planeta De Agostini S.A.

Marx, K. (1992). Manifiesto del Partido Comunista. La cuestión judía y otros escritos. Buenos Aires, Argentina: Planeta Agostini.

Marx, K. (2014). Textos de filosofía, política y economía. Manuscrito de París. Manifiesto del Partido Comunista. Crítica del programa de Gotha. Madrid: Gredos.

Melé, D. (2010). “CRISTIANOS EN SOCIEDAD: Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia” (1° ed. ed.). Santa Fe, Argentina: Ediciones Logos Argentina.

Mendoza, Rodolfo J. (2005). Nihilismo y despertar religioso (Primera ed.). Mar del Plata: Universidad FASTA.

Orlandis, J. (2013). Historia de la Iglesia (Primera ed.). Argentina: Logos Argentina.

Pablo VI. (1971). Octogesima adveniens. Madrid 2008: Biblioteca de autores cristianos.

Palumbo, C. E. (2000). Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia. CIES Tercera Edición.

Pérgola, L. (2011). Historia Universal. Buenos Aires: Santillana Educación, S.L.

Pérgola, L. (2011). La enciclopedia del estudiante: historia de la filosofía. Buenos Aires: Santillana Educación, S.L.

Pontificio Consejo Justicia y Paz. (1992). Catecismo de la Iglesia Católica. Montevideo: Lumen.

Pontificio Consejo Justicia y Paz. (2005). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Prelot, M. (1972). Historia de las Ideas Políticas. Argentina: La Ley Sociedad Anónima Editorial Buenos Aires.

Satien, J. M. (1963). La Iglesia y lo social. ¿intromisión o mandato? Madrid: Guadarrama, S.L.

Siwak, P. (1991). 500 años de evangelización argentina y americana Tomo I (1492/1860) (Primera ed., Vol. I). Buenos Aires: Ediciones del Encuentro.

Siwak, P. (1992). 500 años de evangelización Americana Tomo III (1900/1992) (Vol. III (1900/1992). Buenos Aires, Argentina: Ediciones Paulinas.

Soboul, A. (1986). La Revolución Francesa. ORBIS, S.A.

Souto Coelho, J. (2002). Doctrina Social de la Iglesia . Manual Abreviado (Segunda Edición ed.). Madrid, España: Biblioteca de autores Cristianos.

Touchardt, J. (1964). Historia de las Ideas Políticas. Tecnos 2° edición.

Tuñón de Lara, M. (1986). La Segunda República. España: Cuadernos de historia. N° 18. Hyspmerica. Edición exclusiva para Sudamérica.

V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aperecida. (2007). V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Oficina del Libro.

Van Gestel, C. (1964). La Doctrina Social de la Iglesia (Nueva edición ampliada ed.). Barcelona: Herder Nueva edición ampliada.

Weigel, G. (1999). Biografía de Juan Pablo II. Testigo de Esperanza. Plaza & Janés Editores, S.A.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Última modificación: Tuesday, 10 de October de 2023, 20:00