Índice

1. Introducción

2. ¿Qué es la ecología?

3. ¿Cuál es el fundamento teológico de una ecoteología?

4. ¿Qué es una ecología integral?

5. Ecología y religión

6. Hacia una pastoral ecológica integral

7. Conclusión

8. Notas y bibliografía

1.     Introducción

Desde hace ya algunos años el problema ecológico ha ocupado un lugar preponderante en la cultura contemporánea. Se habla de ella en los medios de comunicación masiva, es parte de los programas de educación, se han creado organismos, legislaciones e instituciones que tienen como objetivo el cuidado, la conservación y la recuperación del entorno ambiental. Sin embargo, todavía falta a nivel global crear una cultura verdaderamente ecológica y hechos concretos que favorezcan el equilibrio ambiental.

Frente a este desafío la Iglesia no puede ni debe mantenerse ajena o al margen. La labor ecológica es una tarea de todos y la Iglesia debe reconocer que en el mandato recibido de evangelizar está intrínsecamente presente el desafío ambiental como anuncio y defensa del evangelio de la vida y la creación. Por esto, en el presente artículo, trataremos de reflexionar en torno a una pastoral pensada desde una ecología integral respondiendo a tres preguntas fundamentales: ¿Qué es la ecología? ¿Qué implica una ecología integral? ¿Cómo proyectar una pastoral en clave ecológica?

2.     ¿Qué es la ecología?

Aunque en la actualidad el término “ecología” es prácticamente conocido por todos e incorporado a la jerga popular, incluso un término que pareciera estar en boga y de moda, la ecología es una urgente y lacerante tarea planetaria que debe impeler la ocupación y preocupación de todos. El término fue acuñado recién en la segunda mitad del siglo XIX. Precisamente fue el naturista, biólogo y filósofo alemán Ernest Haeckel (1834-1919) quien popularizó el término en el año 1866[2]. Ya su misma etimología nos introduce en su contenido y tarea. El neologismo “ecología” es un término compuesto por dos palabras de origen griego: oiko, que significa casa o hábitat; y logos, que puede ser traducido por estudio, razón, ciencia o reflexión. Por tanto, para Haeckel la ecología sería el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su medio ambiente (seres inorgánicos). 

Uno de los pioneros que incursionó en la ecología desde una perspectiva teológica liberadora –Leonardo Boff– entiende que “la ecología es el estudio que se hace acerca de las condiciones y relaciones que forman el hábitat (casa) del conjunto y de cada uno de los seres de la naturaleza”[3].

Por tanto, la ecología es una ciencia, o más bien, el arte de las relaciones, interacciones o diálogos que todos los seres vivos y no vivos guardan entre sí y con todo lo que existe. De esta manera, la ecología como ciencia y como arte no sólo se refiere al orden de la naturaleza, sino que en su horizonte debe incluir otras dimensiones, haciendo necesario la interacción e integración con diversas ciencias, puesto que no solo observa la naturaleza mediante las ciencias naturales, sino que estudia otras instancias tales como la sociedad mediante las ciencias sociales; la política y la economía bajo la mediación de esos saberes; la técnica y la ciencia; al hombre en toda su envoltura histórica, social, cultural, contextual y religiosa.

De esta manera, la ecología se erige como una “ciencia holística”[4] cuyo objeto poliédrico y polisémico debe abordarlo de forma totalizante, universal, inclusiva e integral. Esto significa que la praxis holística de la ecología incluye todas las realidades y seres sin excluir nada: desde la pequeñez de una efímera y casi imperceptible partícula, a la imponente majestuosidad del universo, como también el hondo e íntimo misterio que cobija el corazón de cada hombre en su dimensión religiosa y espiritual.

3.     ¿Cuál es el fundamento teológico de una ecoteología?

Si volvemos a plantear la pregunta señalada más arriba sobre el objeto y el horizonte que posee la ecología, la respuesta es tan lacónica como desafiante. La ecología estudia “todo lo que existe”. Como señala el teólogo L. Boff en una suerte de axioma o trabalenguas:

“Todo lo que existe coexiste. Todo lo que coexiste preexiste. Y todo lo que existe, coexiste y preexiste, subsiste en un universo de relaciones inclusivas. Todo se encuentra relacionado. Fuera de la relación no existe nada”[5].

Aquí ya podemos vislumbrar el fundamento teológico que hace que la ecología pueda devenir en una ecoteología cuya raíz y fundamento se emplace en el misterio fontal de nuestra fe: la Trinidad, esto es, un Dios trinitario como misterio de seres (personas) en relación recíproca de comunión y amor. En efecto, si nos preguntamos ¿cómo es Dios?

“¿Acaso responderemos que es un Dios uno y unísono, aislado y solitario, lejano y ajeno? Dios es el misterio de la unidad (monoteísmo-naturaleza) en la diversidad (Trinidad-personas). En Dios no hay soledad, hay compañía de distintos. Dios no es uniformidad, es comunidad de personas en la alteridad. Dios es koinonía en la diversidad. Dios es comunidad de distintos que en el amor perijorético se compenetran mutuamente a la vez que se distinguen. Dios es distinción en comunión, es existencia en recepción y comunicación, es reciprocidad en donación, relación y entrega”[6].

Por tanto, de la misma manera que afirmamos que Dios es el misterio de tres personas que viven, conviven y subsisten en relación de amor y de comunión, la ecología como ecoteología está llamada a ser el arte y la ciencia que pueda dilucidar la más profunda realidad de toda la creación y de todos los seres, esto es, la vocación de vivir y convivir en recíproca relación de comunión y de amor, a ejemplo de la misma Trinidad. Podríamos decir que el cosmos se presenta así inter-relacionado porque es el fiel reflejo y espejo de la inter-relación trinitaria. El papa Francisco en su encíclica Laudato si’, que es la primera encíclica magisterial que afronta particularmente el tema de la crisis ecológica, expresa esta dimensión trinitaria de la siguiente manera:

“Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria (…) San Francisco de Asís nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria”[7].

Este fundamento teológico-trinitario nos habilita a observar el cosmos y pensar la ecología desde lo que se denomina “pan-en-teísmo” cristiano, es decir, “todo en Dios y Dios en todo”. Este pan-en-teísmo como clave hermenéutica de la ecología dista oceánicamente del tan conocido como antiguo panteísmo. En efecto, mientras que el panteísmo considera que todo es Dios, que todo lo que existe es prolongación o emanación de la única sustancia divina, el pan-en-teísmo –señala L. Boff– parte de la relación de los seres, pero distinguiéndolos. Todo no es Dios, pero Dios está en todo. Hace de cada realidad su morada y templo de tal modo que nos permite abrazar el universo con afecto porque abrazamos participadamente al mismo Dios trinitario[8].

 

4.     ¿Qué es una ecología integral?

Si la ecología se comprende como el estudio de todo lo que existe desde este intrínseco universo de relaciones que guardan todos los seres, también debe ser una ciencia cuyo desafío o “sueño” –como lo llama el Papa Francisco en Querida Amazonia–[9], solo es posible afrontarlo de forma integral. El Papa Francisco lo explica y propone en los siguientes términos: “Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral”[10].

Por tanto, aunque haya diversas tendencias ecológicas que sobrevaloran o minimizan algunos aspectos o dimensiones[11], una auténtica y cabal ecología será aquella capaz de integrar, incluir y contemplar todas las dimensiones e interacciones de los seres, y en el caso del hombre, incluir también su intrínseca dimensión trascendental o religiosa.

¿Cuáles son esas dimensiones esenciales que la ecología integral no puede pasar por alto? Las más relevantes que debemos señalar son: la que pertenece al orden de la naturaleza o el ambiente; lo referente a lo social; la dimensión cultural que genera toda sociedad; la dimensión técnico-científica; el orden político y económico; la ecología humana en su poliédrica realidad. Desglosemos brevemente cada una.

Ecología ambiental: el orden ambiental o de la naturaleza

La ecología sirviéndose de las ciencias naturales deberá señalar y advertir que los recursos naturales son limitados y muchos de ellos no renovables. Basta con que observemos la inmensa cantidad de especies que están en vía de extinción o que lamentablemente ya han desaparecido. El mismo Papa Francisco lo denuncia en Querida Amazonia:

“Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho”[12].

Debemos respetar el ritmo y la lógica de la naturaleza. El tiempo lento y pausado de la naturaleza no es como el tiempo acelerado y voraz de la técnica y la industria. Como dice el Papa Francisco, “no tenemos derecho” a violentar la sabia lentitud de los tiempos de la naturaleza.

Ecología social: la dimensión social

Mediante las ciencias sociales la ecología defiende y exige una justicia social que procure el bien común de todas las personas que conforman la sociedad.

“La ecología integral es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”[13].

Esta justicia social debe atender especialmente a quienes más la necesitan, los pobres, marginados y excluidos de los sistemas dominantes. Por ello, el clamor de la tierra se escucha en el eco desgarrador e interminable del grito de los pobres. Aquí también podemos dilucidar la intercomunicación de la crisis ambiental y la necesidad de una ecología eficaz que solo puede y debe erigirse de forma integral:

“No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”[14].

Ecología cultural: la dimensión cultural

De la misma manera que hay que conservar los bienes que nos proporciona generosamente la naturaleza y su relación con la vida social, debemos también preservar los bienes que genera y engendra el conjunto de hombres en una sociedad determinada. Esos bienes son los valores culturales tales como las creencias, las tradiciones, las costumbres, el arte, la idiosincrasia de los pueblos.

“Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular”[15].

En efecto, no se trata de enquistarse nostálgicamente en el pasado ni mucho menos temerle a la novedad y al cambio, sino más bien el de valorar y respetar las raíces más profundas de todos los pueblos que es la forma en que expresan su vida e identidad.

Ecotecnología: la ciencia y la técnica

Al paradigma tecnocrático[16] dominante se debe proponer una ecotecnología que propicie el desarrollo científico, técnico, industrial y económico con procedimientos que respeten y preserven el medio ambiente, evitando cualquier tipo de efecto o riesgo que dañe la integridad de la naturaleza y la dignidad del hombre. No hay verdadera ciencia ni técnica si en vez de respetar la naturaleza y estar al servicio de la humanidad se convierte en deshumanizadora y destructora de la creación. Esto ocurre cuando la ciencia busca avanzar sin tener en cuenta los imperativos de la ética. En efecto, “cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica (…) la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder”[17].

Ecopolítica

Urgente y necesario es pensar y proponer una “ecopolítica” que fomente el bien común, es decir, el desarrollo integral de todos los individuos de modo justo, equitativo, inclusivo e igualitario respetando la diversidad y capacidad de cada uno. Dice el Papa Francisco:

“La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana”[18].

Mientras que la minoría de los poderosos se desesperan por el rédito económico y los políticos se obsesionan por conservar el poder, la casa común se desmorona, el mundo sufre guerras y los más vulnerables y desposeídos, que son la mayoría, mueren de hambre. Esto es escandaloso e inadmisible.

Ecología humana: la dimensión antropológica

La ecología no solo enfrenta la problemática ambiental, social, cultural o económica. Todas estas dimensiones se desenvuelven gracias a la intervención y acción del hombre. Por tanto, la ecología integral debe promover y defender, mediante todas las ciencias humanas, al hombre entero y real, en su existencia individual como comunitaria; física y psicológica; y especialmente en estos tiempos, atender a su naturaleza espiritual y trascendente.

 

5.     Ecología y religión

Frente a este gran sueño o desafió de la ecología integral es necesario hacer ciertas advertencias y corregir algunos errores que suelen proliferarse con facilidad. Muchos se preguntan quiénes son los culpables de esta crisis a nivel planetario y quiénes deben hacerse cargo y responsables. Las respuestas son tan diversas como peligrosamente equívocas. Aunque debemos reconocer que en gran medida los responsables de esta crisis planetaria se deben a los países más ricos e industrializados que en su mayoría pertenecen al hemisferio norte y son llamados países del primer mundo[19], hay quienes asocian esta problemática a una cuestión de tipo religiosa-teológica adjudicando la culpabilidad y responsabilidad a la religión, especialmente a la tradición judeocristiana.

El primero en plantear la cuestión ecológica como un problema religioso fue el ecólogo Lenin White en la década de los setenta, para quien los culpables de los desastres ambientales son los cristianos y su recepción e interpretación de los relatos creacionistas del libro del Génesis[20]. Según White, el cristianismo habría heredado del judaísmo el rechazo del tiempo cíclico y lo sustituyó por una concepción lineal y progresiva de la historia. Además, la confianza en un progreso creciente e ilimitado y una cosmovisión excesivamente antropocéntrica derivada de la categoría de homo imago Dei, habilitaría al hombre para hacer uso, mal uso y abuso de un mundo cuyo dominio no le corresponde. En este sentido White considera que la ciencia y la técnica están tan impregnadas de esa arrogancia antropológica y narcisista que ya no se puede revertir o cambiar[21].

¿Qué decir frente a estas aguerridas acusaciones? No hay duda que tal interpretación de los relatos genesiacos es históricamente injusta y exegéticamente infundada. Como señala J. L. Ruiz de la Peña:

“El hombre imago Dei a quien se le encomienda en Gn. 1,28 el destino de lo creado, no es en absoluto el señor arrogante y despótico; es solo intendente y gerente, administrador y tutor. El encargo recibido no le autoriza a saquear, extenuar y destruir la realidad que se le confía y de la que es solidario (Gn. 2,7), sino que le obliga a promoverla, tutelarla y conducirla hacia la plenitud”[22].

 Evidentemente que, si en algo sirve buscar culpables, la crisis ecológica no señala credos ni religiones; no es una cuestión de creencias sino más bien de índole cultural, económica, política, técnica y en definitiva del hombre en su afán de riqueza y poder. Por ello más que culpables lo que hay que buscar son caminos y soluciones para que todos y entre todos seamos protagonistas del cambio. En vista a estos caminos de solución, el problema ecológico no es un problema regional sino global. No es un problema del norte o del sur, es del planeta entero, de la casa común que alberga y cobija a todos, ricos y pobres, norte y sur, países del primer mundo y del tercer mundo. La crisis ecológica no es una cuestión de minorías o de ideologías como los naturistas, vegetarianos o “banderas verdes”. La ecología no es una filosofía ni mucho menos una moda del momento. Es un urgente e impostergable problema que debemos enfrentar todos y entre todos. Más aún, si todo cristiano debe ser un buen ciudadano, hoy más que nunca todo cristiano debe vivir la ecología no como algo facultativo sino como imperativo que emerge de la misma exigencia de la fe[23]. Por ello, se hace necesario pensar una praxis pastoral desde una radical conciencia y compromiso ecológico.

 

6.     Hacia una pastoral ecológica integral

En primer lugar, debemos indicar qué entendemos por pastoral frente a este sueño y desafío ecológico.  Al reflexionar en torno a una pastoral no debemos pensar ni esperar fórmulas o recetas mágicas, ni en grandes planificaciones o esquemas preestablecidos. Al hablar de pastoral nos referimos a un estilo de vida, a acciones concretas, a una praxis individual y colectiva, eclesial e institucional, con criterios y opciones comunes. En efecto –como lo señala la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe– si la tarea del cuidado de la casa común pertenece radicalmente a todos, eclesialmente la ecología se presenta como una dimensión esencial de la evangelización en su acción pastoral[24].

Lo presentamos a modo de cuatro caminos u opciones que debemos promover en todos nuestros ámbitos cotidianos de la vida pastoral (parroquias; movimientos; instituciones educativas; instituciones laicales, entre otras).

                1.      Conversión ecológica.

Mucho se predica sobre la conversión de nuestros pecados, pero pocas veces se habla de la necesidad de una auténtica conversión ecológica: una metanoia radical y genuina, personal y colectiva. Dice el Papa Francisco: “La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria”[25]. Esto nos conducirá a cultivar una espiritualidad o mística ecológica que consiste en “un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos”[26].

Esta conversión ecológica fomentará una espiritualidad que se traduzca en acciones concretas como adoptar hábitos responsables con la naturaleza; la opción de una vida austera frente a la feroz cultura del consumismo descartable; la sana costumbre del reciclaje y la de plantar árboles; evitar el uso de material plástico y de papel; reducir el consumo de agua; separar los residuos; cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer; tratar con cuidado a los demás seres vivos; utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas; apagar las luces innecesarias[27], entre tantas otras.

A la luz de la Palabra de Dios no debemos cansarnos de recordar que frente a la creación no somos ni dueños ni señores, mucho menos expropiadores o explotadores. Si Dios ha puesto en nuestras manos la creación entera es porque somos guardianes y servidores, amigos y cohermanos de la creación. Como señala el teólogo ortodoxo I. Zizioulas, si la creación es el ámbito sagrado de una liturgia cósmica, el hombre solo es el sacerdote que vela y ofrece lo que gratuitamente a recibido[28]. En definitiva, como enseña el Papa Francisco: “No habrá una ecología sana y sustentable, capaz de transformar algo, si no cambian las personas, si no se las estimula a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno”[29].

                 2.      Formación ecológica

Es de capital relevancia la formación. Debemos formarnos para poder formar y multiplicar los agentes pastorales que son los protagonistas de la cuestión ambiental y ecológica. En este sentido, una de las líneas de acción que propuso el documento final del sínodo amazónico y que luego presentó al Papa Francisco reza de la siguiente manera:

“Proponemos desarrollar programas de capacitación sobre el cuidado de la casa común, que deben ser diseñados para agentes pastorales y demás fieles, abiertos a toda la comunidad, en un esfuerzo de concientización de la población”[30].  

Otra de las propuestas que realizó el sínodo y que resulta digna de ser mencionada es la de pensar y proyectar la posibilidad de erigir un ministerio específico que tenga por misión y servicio la cuestión estrictamente ecológica:

“También proponemos crear ministerios especiales para el cuidado de la ‘casa común’ y la promoción de la ecología integral a nivel parroquial y en cada jurisdicción eclesiástica, que tengan como funciones, entre otras, el cuidado del territorio y de las aguas”[31].

                 3.      Educación y promoción ecológica

Como parte esencial de la formación debemos procurar la educación y promoción de la cuestión ecológica incorporándola en todas las instancias pastorales y educativas. Además de educar en una conciencia ecológica sería muy productivo la promoción del valor y la necesidad del “cuidado” de todo lo que existe como acción ecológica-pastoral y como actitud creyente-existencial. En este sentido L. Boff considera que

“El cuidado es lo que permite la revolución de la ternura al dar prioridad a lo social sobre lo individual y al orientar el desarrollo hacia una mejora en la calidad de vida de los seres humanos y de los demás organismos vivos. El cuidado hace que surja un ser humano complejo, sensible, solidario, amable y conectado con todo y con todos en el universo”[32].

La educación en la responsabilidad y cuidado ambiental debe ser transversal y desarrollarse en todos los ámbitos tales como la familia, la escuela, la parroquia, el club, los medios de comunicación. Sin embargo, como señala el Papa Francisco, un lugar destacado y preferencial para la educación ecológica es la familia, puesto que ella es la iglesia doméstica donde la vida surge, es acogida y protegida en oposición a la cultura de la muerte:

“En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir ‘gracias’ como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea”[33].

Finalmente, al proponer una educación ecológica integral en todos los ámbitos señalados, se deberá prestar especial atención a las sagradas escrituras y la ecología bíblica que de ella emerge; las enseñanzas del Magisterio y de la Doctrina Social de la Iglesia; proponer profundizar especialmente los capítulos V y VI de la encíclica Laudato si’ como el capítulo III de Querida Amazonia del Papa Francisco.

                  4.      Profetismo ecológico

Debemos impulsar una conciencia ecológica con auténtico espíritu profético. Puesto que el profeta es quien con valentía es capaz de anunciar y denunciar, debemos hoy más que nunca anunciar la bondad, belleza, gratuidad y finitud de la naturaleza; pero con más fuerza y ahínco denunciar sin rodeos ni matices el pecado ecológico. En este sentido, debemos tomar como ejemplo y testimonio profético el aporte de los pueblos originarios quienes con

“su sabiduría ancestral, su cosmovisión, su modo comunitario de vivir, nos muestran otros modos de relación más armónica con nuestra casa común, con los otros, con lo trascendente. Su memoria viva, su denuncia, su resistencia a pesar de la violencia, nos ofrecen caminos para contrarrestar a quienes promueven un modelo destructivo”[34].

Así como existe estructuras de pecado, con la crisis ambiental irrumpe el pecado ecológico. Entendemos por pecado ecológico a toda acción u omisión contra Dios, el prójimo, la comunidad y el medio ambiente. Es un pecado contra las futuras generaciones y se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas[35].

Debemos hacer y hacernos las siguientes preguntas: Los pastores y predicadores ¿hemos exhortado o aleccionado al pueblo de Dios sobre el pecado ecológico? Los fieles todos ¿hemos incorporado en nuestros exámenes de conciencia el pecado ecológico? ¿Alguna vez lo hemos confesado?

 

7.    Conclusión

Quisiéramos concluir nuestro estudio evocando las palabras de un teólogo alemán, el jesuita J. B. Metz. En su “nueva Teología política” buscaba desprivatizar la fe para que la vida y el testimonio de los cristianos entendida como una “mística de ojos abiertos” resultara crítica, interpelante y liberadora para el mundo y la sociedad. En este sentido decía: “El mensaje cristiano debe ser público y eficaz, debe transformar críticamente la realidad social, política y pública para instaurar germinalmente el Reino. Debe no sólo iluminar las conciencias sino también transformar el mundo”[36].

De esto se trata el desafío de una pastoral en clave ecológica integral. Un desafío en que ningún cristiano se puede sentir excluido; una tarea que emerge desde la misma naturaleza y misión de la Iglesia; un sueño en que la conversión ecológica nos debe llevar a convertir nuestra conciencia y transformar el mundo que nos rodea para conducirlo a su plenitud y perfección, reconociendo que somos protectores y sacerdotes de la “casa común” en la que hay morada y cobijo para todos.



[1] Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca (2017). El tema de tesina es sobre el “Axioma de la patheia divina en J. Moltmann, E. Jüngel y O. González de Cardedal”. Doctorando en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha publicado varios artículos de investigación en revistas científicas especializadas en Argentina, Colombia, Chile y España. Es autor del libro Teología como polifonía. Naturaleza plural de la teología (2021). Es miembro pleno de la Sociedad Teológica Argentina (SAT) desde el 2018. Actualmente se desempeña como investigador y profesor de Teología dogmática en el Seminario Arquidiocesano Ntra. Sra. de Guadalupe y San José y en la Universidad Católica de Cuyo. Las líneas de investigación versan sobre la teología trinitaria y ecuménica.

[2] Cf. R. Amor, “Ecología”, en Gafo, J. (dir.), Diez palabras clave en bioética, Estella 2001, 15-63.

[3] L. Boff, La dignidad de la tierra. Ecología, mundialización, espiritualidad. La emergencia de un nuevo paradigma, Madrid 2000, 21.

[4] L. Boff describe esta ecología “holística” o también llamada “radical” en los siguientes términos: “Por último, tenemos la Ecología Radical y Holística, que intenta articular todas las tendencias anteriores: la ambiental, la mental, la social, la conservacionista. Todas tienen su grado de verdad, de lo que se trata es de saber relacionarlas. El ser humano tiene esa cadena de significación, de valores, de conmociones, conceptos, dentro de sí. Por tanto, la Ecología Radical es una propuesta de lectura del mundo, de una nueva cosmología, una cosmovisión, una manera nueva del ser humano de relacionarse consigo mismo, con el otro, con la naturaleza, pero siempre una relación incluyente, no excluyente, que considere los lazos, los sistemas, los tejidos”. L. Boff, “Las tendencias de la ecología”, en Gerbaldo J. (comp.), La casa común. Un mundo para todos, Córdoba 2020, 32.

[5] L. Boff, La dignidad de la tierra…, 23. Cf. La dignidad de la tierra…, 55; 180-181.

[6] S. Romera Maldonado, Teología como polifonía. La naturaleza plural de la teología, Buenos Aires 2021, 224-225.

[7] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 239.

[8] Cf. L. Boff, La dignidad de la tierra…, 57-58.

[9] Cf. Papa Francisco, Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia, n° 41-60 (“Un sueño ecológico”).

[10]  Papa francisco, Carta encíclica Laudato si’, n°137.

[11] L. Boff observa que hay diversas tendencias ecológicas que se disputan la hegemonía en su discurso y en su capacidad de incidir en la sociedad, influyendo en sus decisiones, formando opinión pública, caracterizando los actos culturales y marcando a la propia cultura con su visión ecológica. Frente a estas dispares tendencias tales como la conservacionista; ambientalista; humanística; social; mental; propone una ecología radical, holística e integral. Cf. L. Boff, “Las tendencias de la ecología”, en Gerbaldo J. (comp.), La casa común. Un mundo para todos, Córdoba 2020, 11-34.

[12] Papa Francisco, Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia, n° 54.

[13] Papa francisco, Carta encíclica Laudato si’, n°156.

[14] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 140.

[15] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 143.

[16] El Papa Francisco describe extensamente este paradigma tecnocrático y considera que cuando no se emplea al servicio del hombre y no se respeta la naturaleza, las consecuencias de su lógica, proliferación y globalización son nefastas. Cf. Carta encíclica Laudato si’, n° 106-114.

[17] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 136.

[18] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 189.

[19] Al respecto el Papa Francisco habla de una deuda ecológica: “Porque hay una verdadera ‘deuda ecológica’, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre”. Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 51.

[20] Aunque L. White es el primero y pionero en acusar la religión de la crisis ecológica, no es el único. Solo a modo de ejemplo podemos señalar al ingeniero informático estadounidense J. W. Forrester quien sostiene categóricamente que el cristianismo es la religión del crecimiento exponencial de la crisis ecológica (Cf. J. W. Forrester, Word dynamics, Cambridge 1971); para el activista ecológico alemán Carl Amery el responsable de la moral productivista y consumista que domina en la actualidad reside en la influencia e injerencia del cristianismo en las cuestiones temporales (Cf. Carl Amery, El fin de la providencia. Las desgraciadas secuelas del cristianismo, Hamburg 1972).

[21] Cf. L. White, “The historical roots of our ecological crisis”, Science 155 (1967) 1203-1207. Citado por J. L., Ruiz de la Peña, Teología de la creación, Santander 19872, 175-181.

[22] J. L., Ruiz de la Peña, Teología de la creación…, 180.

[23] “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia cristiana, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”. Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 217.

[24] Cf. CELAM, Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias. Reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (2022), n° 374.

[25] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n°219.

[26] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 222.

[27] Cf. Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 203-208 (“Apostar por otro estilo de vida”).

[28] Cf. I. Zizioulas, Lo creado como eucaristía. Aproximación teológica al problema de la ecología, Barcelona 2016, 27-39 (“El hombre como ‘sacerdote’: esperanza y ‘espera impaciente’ de la creación”).

[29] Papa Francisco, Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia, n° 58.

[30] Sínodo Amazónico, Documento finale e Votazioni del Documento finale del Sinodo dei Vescovi al Santo Padre Francesco (26-10-2019), n° 70.

[31] Sínodo Amazónico, Documento finale e Votazioni…, n° 82.

[32] L. Boff, El cuidado de lo esencial. Ética de lo humano, compasión por la tierra, Madrid 2002, 156. En esta obra sumamente interesante, el teólogo brasileño, partiendo de una fenomenología del cuidado y sirviéndose de algunas categorías filosóficas-existenciales de Heidegger, propone una ecología integral desde la categoría fundamental del “cuidado” como un modo-de-ser esencial para el hombre, especialmente para el cristiano.

[33] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, n° 213.

[34] Sínodo Amazónico, Documento finale e Votazioni…, n° 375.

[35] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n° 340-344.

[36] J. B. Metz, Teología del mundo, Salamanca 19712, 145 (el subrayado es nuestro).

 

Última modificación: Tuesday, 10 de October de 2023, 18:42